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Marruecos

Casablanca (por Jorge Sánchez)

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Esos días el mundo musulmán celebraba el sagrado mes de Ramadán, y como me gusta adaptarme a las costumbres de los países que recorro, durante mi estancia en Marruecos yo lo observaría a rajatabla, por ello en el transcurso del día no comía nada. El zoco, ubicado justo saliendo de mi hotel, estaba casi vacío y vi a poca gente por las calles a esas tempranas horas del día; todos dormían. De todos modos, ese zoco no me pareció nada del otro mundo, salvo sus impresionantes portales de entrada; mucho más atractivos habían sido otros zocos que había visitado en viajes anteriores en Marruecos, como el de Marrakech y el de Tetuán (ambos catalogados Patrimonios Mundiales).

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Mi objetivo prioritario en Casablanca era visitar la mezquita de Hassan II, cuyo minarete, que mide 210 metros, es el más alto del mundo. Pregunté por su paradero a los aborígenes del lugar y me señalaron el camino para llegar a ella, siguiendo el contorno de la costa. Al cabo de unos 20 minutos la hallé. Era imponente y su situación, a orillas del océano Atlántico, le agregaba un halo de exotismo y belleza natural. Tiene una capacidad para acomodar en su interior unos 80.000 fieles, más otros 25.000 pueden rezar en su explanada. Sin embargo, por más que intenté visitarla en su interior siempre fui rechazado, tanto por los porteros como incluso por sus gentes, que me decían que a las mezquitas se va a rezar, no a hacer turismo. Yo no hablaba, para que por mi acento no descubrieran que era extranjero, pero los marroquíes, a juzgar por mis ropajes como por mi manera de caminar y gestos, adivinaban que era español, pues muchos de ellos se dirigían a mí en español, suponiendo acertadamente que era de esta nacionalidad.

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Marruecos es uno de los pocos países musulmanes donde no permiten la visita a sus mezquitas a los extranjeros que profesan otras religiones distintas del islam. Por lo general, en las entradas a las mezquitas un letrero escrito en árabe, francés e inglés te advertía de esta prohibición. Pasé una media hora admirando sus formas, las incrustaciones de azulejos, las fuentes, hasta que, resignado, me marché y exploré el centro. Hacia el mediodía viajé en tren a Rabat, capital moderna y ciudad histórica.

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