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México

Guanajuato (por Jorge Sánchez)

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Ya conocía Guanajuato de mi primera visita a esa ciudad en 1984, cuando durante varios días visité todas sus atracciones turísticas, sus minas de plata y las famosas momias. Pero 30 años más tarde volví a pernoctar en esa ciudad por otro motivo, que era el seguir el Camino Real de Tierra Adentro desde Taos y Santa Fe (en Estados Unidos de América) hasta México D. F., que tras tres semanas estaba a punto de concluir.

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Por ello consideré suficiente una visita breve de un día con una noche para esa encantadora ciudad, que muchos comparan con Toledo, en España. Entré en ella pie por el Camino Real, que seguían los hombres de don Juan de Oñate y al llegar al centro busqué un hostal donde dejé mi bolsa. Cerca de él encontré un museo que en 1984 no debía existir pues ni lo vi ni lo recordaba. Se llamaba «Museo Iconográfico del Quijote».

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Y es que Guanajuato es la Ciudad Cervantina de todo el mundo. No hay otro lugar (salvo tal vez en España) donde se quiera más a Don Quijote. En la entrada a Guanajuato ya había leído la frase que decía:

«GUANAJUATO PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD. Capital Cervantina»

Siento debilidad por personajes sabios poco convencionales, como Mulá Nasrudín, o don Quijote de la Mancha, por ello lo primero que hice tras dejar mi pequeña bolsa en un hostal del centro, fue dirigirme a ese museo dedicado a Don Quijote para admirar todo lo relacionado con él, prestando especial atención a los cuadros que allí se albergan de los pintores españoles Pablo Picasso y Salvador Dalí. Ambos amaban mucho a su país. Dalí, por ejemplo, no podía dormirse en su casa de Port Lligat (provincia de Gerona) si no escuchaba antes el himno de España, a manera de nana. También hallé allí dibujos al carboncillo del pintor, escultor e ilustrador francés Honoré Daumier, que se identificaba mucho con Don Quijote, a quien consideraba un marginado idealista. El museo no era grande (de dos pisos) pero sí acogedor, y en la planta baja había una cafetería.

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Como hasta la mañana siguiente no reanudaría mi viaje, volví a visitar la Catedral e iglesias principales, el Teatro Cervantes y, en general, el centro de la ciudad con sus callejones laberínticos y sus túneles. Apenas recordaba nada de mi viaje a esa ciudad 30 años atrás. Me dio la impresión de que un viajero puede viajar eternamente y repetir la visita los lugares tras unas décadas de intervalo. Había un funicular que tampoco debía existir en 1984. Lo tomé hasta arriba del todo, hasta la imponente estatua dedicada al Pípila, un héroe local por haber conseguido explosionar la puerta de la Alhóndiga de Granaditas durante la Guerra de la Independencia contra España. Tampoco recordaba haber visitado el edificio de la Alhóndiga de Granaditas 30 años atrás. Pero no quise entrar en él; habría sido demasiado triste, pues me apenaba la historia de lo sucedido tras la heroicidad del Pípila. Una vez que los mexicanos entraron en ese edificio, que era un almacén de granos, asesinaron a todos los españoles que había dentro, y prácticamente todos eran civiles; fue una gran masacre. No se hicieron prisioneros; ningún español escapó de allí con vida, ni siquiera las mujeres embarazadas o los bebés de pecho. Por la mañana proseguí mi viaje en autobús hasta San Miguel de Allende, otro Patrimonio de la Humanidad de UNESCO.

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