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Francia

Islas Marquesas (por Jorge Sánchez)

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En Papeete compré por menos de 600 euros un airpass para visitar cuatro islas del archipiélago de las Marquesas. Me daba ilusión llegar a ellas pues fue el leonés (de Congosto) don Álvaro de Mendaña que en el año 1595 descubrió esas islas para el mundo occidental. Las llamó Islas Marquesas de Mendoza, en honor al virrey de Perú. Las cuatro islas, las únicas donde hay aeropuerto, eran: Nuku Hiva, Ua Pou, Ua Huka y Hiva Oa. En cada una de ellas pasaría un promedio de dos a tres días. Por lo general, los turistas suelen visitar solo una de estas islas, Hiva Oa, pues allí vivió Paul Gauguin y Jacques Brel. Además, es en esa isla, en uno de sus extremos, donde se hallan los famosos tiki y los marae polinesios, que yo alcancé practicando el autostop, lo que me tomó dos días con una noche.

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Nuku Hiva fue la primera isla donde aterricé por las combinaciones de vuelos. Es hermosa, como todas ellas, y las gentes son muy hospitalarias, pero el aeropuerto está localizado muy lejos de la población principal y los taxis eran carísimos (la vida es muy cara en toda la Polinesia Francesa), así que caminé y, al mismo tiempo, estiraba el pulgar de mi mano derecha haciendo autostop. Siempre había alguien que se ofrecía para llevarme, fuera en su coche o en su caballo. Muchas noches no fue necesario que durmiera en la playa, sino que los indígenas me invitaban a compartir sus cabañas y me regalaban la fruta del pan.

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Casi todo el mundo lleva tatuajes y son muy religiosos. Una de las atracciones turísticas en el Pacífico en general, es asistir a las misas, cuando todos se visten con sus mejores atuendos y cantan y compran cirios durante las ceremonias. A veces también practican sus danzas tradicionales. Al acabar la misa los indígenas se suelen reunir e invariablemente preparan café, tés y bollos de nata para los parroquianos. Cada isla posee un museo, que procuré visitar. En Hiva Oa se encuentra el Centro Cultural de Paul Gauguin y el avión de Jacques Brel, cerca del cementerio donde están enterrados. También visité el interesante museo Vaipaee, en Ua Huka, con trebejos de los antiguos nativos, y una colección de dibujos ilustrativos.

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Pero, en mi opinión, lo mejor de esas islas no son sus museos, ni sus tiki y marae. Lo mejor son sus gentes, siempre sonrientes, que parece que vivan en una fiesta continua, pues aprovechan cualquier motivo para danzar. Los paisajes de ese archipiélago son maravillosos y uno comprende por qué viajeros del pasado como Herman Melville o Robert Louis Stevenson se enamoraron de esas islas.

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Yo también me enamoré de las Marquesas. En el avión de vuelta a Tahití iba canturreando todo el rato la conocida melodía que Jacques Brel compuso para esas islas que tanto amó:

Le rire est dans le cœur
Le mot dans le regard
Le cœur est voyageur
L’avenir est au hasard
Et passent des cocotiers
Qui écrivent des chants d’amour
Que les sœurs d’alentour
Ignorent
D’ignorer
Les pirogues s’en vont
Les pirogues s’en viennent
Et mes souvenirs deviennent
Ce que les vieux en font
Veux tu que je dise
Gémir n’est pas de mise
Aux Marquises… lalala… lalala…

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