Tras recorrer durante varios días la maravillosa costa dálmata, nuestro siguiente destino era uno de los más esperados en aquel viaje por tierras croatas. Desde tiempo atrás me había llegado numerosa información por diferentes medios sobre las maravillas que podían encontrarse en el denominado Parque Nacional de los Lagos de Plitvice, territorio protegido ya desde mediados del siglo XX. Al parecer, lagos, cascadas y bosques se sucedían en una suerte de amalgama natural donde la vida se desarrollaba a raudales. Mientras apuraba mis últimas horas en Dubrovnik iba convenciéndome cada vez más de que lugar tan extraordinario no iba a dejarme indiferente.

Para llegar por carretera desde la punta sur croata hasta el resto del país no hay más remedio que atravesar territorio bosnio. La zona denominada corredor de Neum es un pasillo de unos veinte kilómetros de longitud que divide Croacia en dos partes diferenciadas y constituye la única salida al mar de Bosnia-Herzegovina. Los orígenes de este minúsculo espacio costero son tan antiguos como curiosos. Allá por el siglo XVII la República de Ragusa, estado independiente cuya cabeza era Dubrovnik, negoció con el Imperio Otomano, establecido en el territorio que ahora ocupa Bosnia-Herzegovina, la cesión de ese espacio. Así le proporcionaban una salida al mar a los otomanos y a la vez se protegían de sus vecinos venecianos, cuyo territorio se extendía entonces hasta la actual ciudad de Split. Hoy día, la población de Neum es uno de los puntos clave del turismo interior bosnio.

No lejos de la ciudad de Split, una de las vías para llegar a Zagreb se aleja de la costa adentrándose en el territorio de lo que fue la autoproclamada República Serbia de la Krajina. Este espacio estuvo habitado por serbios desde el siglo XVI, cuando el Imperio Austrohúngaro estableció allí una especie de frontera militar, significado literal de la palabra Krajina, como barrera contra los ataques otomanos. Cuando Croacia decidió independizarse de Yugoslavia la mayoría serbia autoproclamó allí una república independiente, algo que los croatas no aceptaron de buen grado. Los combates y las masacres fueron terribles y todo culminó con la deportación de unos trescientos mil serbios, expulsados de sus hogares en 1995. Ya hacía unos años que esta guerra había terminado cuando atravesamos la zona, pero aún convenía ir con cuidado pues buena parte del territorio permanecía minado. También se veían bastantes casas destruidas por los bombardeos e incluso pueblos enteros habían sido abandonados por sus habitantes.

Unas horas más tarde llegábamos al Parque Nacional de los Lagos de Plitvice, situado en el corazón de esta región tan castigada, no lejos de la frontera con Bosnia-Herzegovina. Lo forman un total de dieciséis lagos conectados entre sí a través de pintorescas cascadas de diferente tamaño, que componen un grupo de más de noventa saltos de agua. Dependiendo de la luz y la concentración de microorganismos existentes, su tonalidad varía del verde al gris pasando por el azul. Toda la zona está cubierta por un espeso bosque de hayas, donde existen multitud de senderos para llegar de un lago a otro. Discurrían los primeros días de primavera cuando llegamos hasta tan hermoso lugar y el agua parecía ser la absoluta protagonista, proporcionando a todo el conjunto la imagen de un escenario de cuento.

Pero ni siquiera un sitio tan hermoso como éste pudo escapar de los horrores de la guerra. En marzo de 1991 sucedió aquí el llamado incidente de Plitvice, una confrontación entre independentistas croatas y tropas serbias. Aunque no hubo muchas bajas, este contencioso fue decisivo para la declaración de independencia de los serbios de la Krajina y uno de los detonantes de las masacres que sucederían inmediatamente después. Buena parte del Parque Nacional fue minado y estuvo cerrado durante bastante tiempo. De hecho, las labores de desminado no se dieron por concluidas hasta varios años más tarde y la seguridad en los alrededores no se garantizaba aún durante nuestra visita. Espero que al menos haya servido de lección y actos tan monstruosos como los ocurridos en la guerra de los Balcanes no vuelvan a repetirse nunca más.