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China

Macao (por Jorge Sánchez)

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En la entrada a Macao observé que los letreros estaban escritos en bilingüe: chino y portugués, y a veces también incluían el inglés. Leí: «Entradas», y aún en otro letrero: Bem Vindo a Macau. Me sentía en casa, pues el portugués es un idioma de la península Ibérica hermano del español, y muy fácil de entender. Más adelante leí Alfândega (Aduana), y Posto Fronteiriço das Portas do Cerco. Una vez cruzada Emigración, los nombres de las calles estaban también en bilingüe, aunque, en la práctica, absolutamente nadie hablaba el portugués, y eso que preguntaba por curiosidad a los chinos por las calles, y todos sonreían y me contestaban: wo bu dong (yo no comprendo).

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Aunque había pasado varios días en Macao en 1982, en esta nueva visita todo me parecía nuevo. Con gran curiosidad iba leyendo los nombres de las calles, como Rua de Afonso de Albuquerque, Largo da Companhia de Jesus, Igreja de Santo António, Jardim de Camões, Museu dos Bombeiros, Correios, Petiscos e Pastéis de Belém, etc., hasta que ¡sorpresa! una calle estaba dedicada a uno de mis héroes viajeros: Rua de Fernão Mendes Pinto. Había estudiado la historia aventurera de Fernão y comprado en Lisboa su libro Peregrinação, pero ignoraba que tuviera una calle dedicada a él en Macao, lo cual, pensándolo bien, era normal, pues durante sus dos décadas de viajes y aventuras por Asia en el siglo XVI, es lógico deducir que durante alguna de sus cuitas por Extremo Oriente escalara en Macao, que era colonia portuguesa.

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Como buen turista, esa mañana repasé en Macao todos los monumentos inscritos en el el Patrimonio de UNESCO, es decir, la fachada de la catedral de San Pablo, construida en estilo barroco, que es la única parte que quedó en pie tras un incendio en 1835; entré en Santa Casa da Misericordia, en la catedral y en diversas iglesias erigidas por los portugueses. Me detuve en una casa de petiscos para comprar varios Pastéis de Belém, unos dulces portugueses que adoro, y cada vez que paso por Lisboa me acerco a una famosa cafetería junto al Monasterio de los Jerónimos para degustarlos.

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Fue cuando, al sentarme en un banco junto a la fortaleza portuguesa para comérmelos, advertí una imponente estatua metálica que no había visto en 1982. Representaba al padre italiano Matteo Ricci a su paso por Macao antes de proseguir a otros lugares de China, la cual me llenó de gozo. Tras esta parada junto a la fortaleza y después de haber disfrutado los Pastéis de Belém, me dirigí a pie a la salida de Macao a través de la zona con los casinos de juego. Cuando llegué a la Terminal Marítimo de Passageiros do Porto Exterior, compré un billete en un ferry y viajé a Kowloon, en Hong Kong.

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