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Rumanía

Mano de santo

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De los ocho cenobios situados en el lado rumano de Bucovina que han sido declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO, el monasterio de Suceviţa es el último que fue erigido y, quizás debido a ello, presenta una serie de particularidades que le proporcionan un aire característico. Su misma fundación es ya de por si atípica, pues la de la Resurrección es la única de estas iglesias pintadas que no fue encargada por un príncipe reinante en Moldavia. En realidad se debe a la iniciativa de tres hermanos, de ascendencia noble y apellido Movilă, uno de los cuales llegó a detentar el poder con posterioridad. Las razones esgrimidas para ello se desconocen, aunque puede que todo fuera un intento por parte de sus constructores de emular o incluso superar a Ştefan cel Mare, bajo cuyo mandato fueron levantados buena parte del resto.

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A finales del siglo XVI Bucovina no era aún conocida como tal, sino que junto a la posteriormente denominada Besarabia formaba parte del principado de Moldavia. El equilibrio en esta zona del sureste de Europa era bastante inestable, por lo que sus caudillos dedicaban la mayor parte del tiempo a batallar contra los invasores otomanos, que llegaban en oleadas desde el este, y los rusos, que lo hacían desde el norte. Probablemente fuera ésta la razón por la que el monasterio de Suceviţa está rodeado por una poderosa muralla, que protegía tanto la iglesia, situada en el centro del complejo, como los habitáculos de sus residentes. En cada una de las esquinas del recinto, así como en la entrada del mismo, se sitúa una torre que se eleva por encima de los seis metros de los muros, seguramente con el propósito de advertir ante la llegada de visitas indeseadas.

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Curiosamente, tamaña protección dio con el tiempo un resultado seguramente inesperado para los constructores del complejo: las pinturas exteriores del templo disfrutan aún hoy de un apreciable buen estado, en contraste con las del resto de iglesias vecinas, debido al efecto de pantalla ejercido sobre los elementos con el paso de los siglos. Es precisamente en Suceviţa, por consiguiente, donde el visitante puede apreciar estas secuencias del Antiguo y Nuevo Testamento en todo su esplendor. Tanto, que a veces parece como si lo que se muestra ante sus ojos no fuera nada más que un papel pintado y pegado sobre las paredes del edificio. También es aquí donde las escenas muestran un mayor número de personajes, a veces en tono un tanto humorístico. Un buen ejemplo es la del Juicio Final que, aunque incompleta debido al fallecimiento de su autor en pleno proceso creativo, exhibe a unos condenados de aspecto inequívocamente otomano.

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También rodeado por potentes murallas, aunque ligeramente menos poderosas y en peor estado de conservación, el monasterio de Moldoviţa sigue los cánones habituales en la zona. En el centro del complejo se levanta la iglesia de la Anunciación, datada a mediados del siglo XVI y cuya versión actual reemplazó a una anterior que fue completamente reconstruida por entonces. El templo presenta frescos tanto interiores como exteriores, enseñando escenas de las Sagradas Escrituras así como del sitio de Constantinopla, ocurrido aproximadamente con un siglo de anterioridad a su representación aquí y que terminó con el asalto a la ciudad por las tropas del sultán Mehmet II, debido al inexplicable olvido de una puerta de entrada a la muralla que quedó abierta. Esta imagen se repite en el vecino monasterio de Humor, por lo que no es de extrañar que soldados moldavos participaran en la inútil defensa de la ciudad bizantina.

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Aunque las tonalidades exteriores de estos monasterios no han llegado a alcanzar la merecida fama del incomparable azul de Voroneţ, no conviene despreciar el sugerente verde de Suceviţa ni el cautivador amarillo de Moldoviţa. Probablemente tampoco ese ardiente rojo de Humor, la única de estas excepcionales iglesias pintadas que todavía no he podido visitar. Parece ser que los pigmentos usados eran de origen mineral, tratados de alguna manera hasta ahora desconocida, a pesar de que existen diversas teorías, de forma que quedaran bien fijados a los muros y resistieran las durísimas condiciones climáticas existentes en esta zona del norte de la actual Rumanía en invierno. Pero a la vista de su extrema fragilidad, el hecho de que hayan aguantado quinientos años a elementos e invasores y nos sigan mostrando su grandeza deja intuir la influencia de la mano milagrosa del invencible Ştefan cel Mare, entonces rey y hoy santo.

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