MunDandy

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Kuwait

Marinos a la antigua usanza

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Constreñidos en un pequeño territorio entre el desierto de Arabia y las aguas del Golfo Pérsico, los habitantes de Kuwait se vieron forzados a elegir entre uno y otras ya desde muy antiguo. Y al parecer desde el comienzo tuvieron bastante claro que ante tan difícil disyuntiva lo suyo era el mar, a pesar de que posteriormente cambiaran las tornas e irónicamente el país alcanzara su prosperidad actual gracias al tesoro que esconde su subsuelo. Prueba de ello es que ya en el siglo XIX los kuwaitíes gozaban de una fama bien merecida como pescadores y cultivadores de perlas, a la vez que sus marinos surcaban el Océano Índico comerciando con sus productos, que incluían especias, dátiles, perlas e incluso los apreciados caballos de raza árabe.

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Un papel fundamental en esta tradición marinera lo ejercía el dhow, secular barco de vela de origen árabe con el que los valerosos marineros kuwaitíes se desplazaban, impulsados tan solo con la ayuda del viento, desde el Golfo Pérsico hacia diversas zonas costeras del Océano Índico para comerciar con sus productos. Construidos fundamentalmente con madera de teca, estos navíos, de aspecto ligero y que pueden estar provistos de uno a tres mástiles equipados con velas de aspecto triangular, disponían de una tripulación que variaba entre una docena y una treintena de personas. Habitualmente seguían una ruta predeterminada, que se ajustaba como un guante a las veleidades del monzón para así aprovechar al máximo la dirección del viento, único medio de propulsión disponible para mover las embarcaciones.

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Dependiendo de su tamaño los dhow eran dedicados a diferentes propósitos, quedando las expediciones comerciales reservadas para los de mayor eslora mientras que los de longitud media y los más pequeños se dedicaban al cultivo de perlas y a la pesca de bajura. Aunque estas actividades han pasado casi al olvido con el cambio radical experimentado por la economía kuwaití como resultado del descubrimiento de pozos de petróleo en su territorio, la pesca todavía ocupa un papel predominante en la renta nacional. La afición de los ciudadanos locales al pescado es casi enfermiza y las capturas se realizan todavía a la manera tradicional, como puede comprobarse en el llamado Dhow Harbour de la ciudad de Kuwait. Allí se acumulan viejas embarcaciones cuyos tripulantes parten de madrugada a faenar y extienden sus redes a secar al sol a la caída de la tarde.

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Muy cerca del puerto se encuentra el mercado de pescado, adonde los pescadores llevan sus capturas tras la dura jornada diaria. Aunque el edificio es de aspecto moderno, en su interior conserva un ambiente tradicional, como si diera cuenta al visitante de una actividad que los habitantes de este emirato han venido realizando desde hace siglos. Numerosos puestos ofrecen las especies más valoradas por los kuwaitíes, entre las que sobresale el denominado zubaidi, pescado de aspecto similar a la palometa que los locales consumen con avidez, así como unas gambas de excelente calidad pero elevado precio. Resulta agradable el aspecto impoluto del mercado, cuyos puestos ofrecen una imagen impecable. Por su parte, el suelo del local es fregado meticulosamente por los empleados en cuanto son conscientes de la más mínima mancha.

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Como si les costara renunciar a una parte tan importante de su pasado, la construcción de dhow se ha mantenido en Kuwait hasta la fecha. O al menos hasta que hace unos años se procediera a la botadura del al-Hashemi II, que tiene su sitio en el Guinness como el dhow de madera más grande del mundo. Puede verse junto al Marine Museum, donde también se muestran una docena de estas naves, de diferentes tipos y tamaños. A pesar de que la visita a este museo da una idea de las tradicionales formas de vida que permitieron subsistir a los kuwaitíes durante siglos, me pareció más interesante descubrir el intenso contraste entre las futuristas moles de hormigón y las viejas embarcaciones de madera que se aprecia desde el puerto. Parecen éstas insignificantes ante la inmensidad de los rascacielos pero allí siguen, como último reducto de una forma de vida que se resiste a ser olvidada.

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