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España

Mérida (por Jorge Sánchez)

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Proveniente de Almendralejo crucé a pie el puente romano sobre el río Guadiana y llegué sobre el mediodía a Mérida, así que tuve tiempo de bien explorar esa ciudad durante unas 8 horas, centrándome en la parte romana, pues no en vano Mérida fue la capital de un gran territorio romano llamado Lusitania, dentro de Hispania. Hasta la mañana siguiente no continuaría mi peregrinaje a lo largo de la Ruta de la Plata en dirección a Astorga.

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Dejé mi bolsa en el albergue y me dirigí en primer lugar al Museo del Conjunto Arqueológico para comprar un billete combinado que me permitía visitar a mi aire el Teatro y Anfiteatro romanos, el Circo romano, el Centro de Interpretación Templo de Diana, el Arco de Trajano, y unos cuantos edificios notables romanos más, dejándome sólo algunas tumbas del área funeraria a las que sólo les eché una ojeada a cierta distancia, pues los cementerios me ponen triste y me hacen llorar. Todo lo que vi me subyugó; me sentía un privilegiado por caminar por unos lugares tan históricos. Por un letrero que leí, el Circo romano tenía una capacidad de 30.000 personas, lo cual me impresionó, y era el segundo más grande del Imperio Romano, tras el de Roma. Otra de las cosas que me sorprendieron fue la buena conservación de los mosaicos, así como los restos del Teatro Romano, donde a veces se celebran conciertos con la participación de nuestros tenores Plácido Domingo, Alfredo Kraus, José Carreras, o Montserrat Caballé.

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Tras haber visitado previamente las ruinas romanas de Tarragona (también Patrimonio Mundial), y comparándolas con las de Mérida, otorgo a estas últimas la mejor nota, la de sobresaliente por su extraordinaria espectacularidad. Aún tuve tiempo de entrar en el Museo Nacional de Arte Romano, cuyo edificio fue creado por el arquitecto Rafael Moneo. Justo al salir me invitaron en una tienda a degustar un chupito conteniendo un licor local dulzón a base de bellotas, y tanto me complació que le acabé comprando al dependiente una botellita de unos 200 mililitros que me la bebería durante la cena en el albergue de peregrinos, junto a unos bocadillos de mortadela que adquirí en un supermercado. De madrugada proseguí el peregrinaje, alcanzando ese día Alcuéscar, donde pernocté, y el día siguiente llegaría a la maravillosa e inigualable Cáceres.

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