MunDandy

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Seychelles

Sensualidad hecha semilla

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Entre las más de ciento cincuenta islas que componen Seychelles, Praslin es la segunda en extensión aunque su superficie sea inferior a cuarenta kilómetros cuadrados. Para hacerse una idea de lo que este tamaño representa basta con tener en cuenta que equivale a la mitad de la pequeña isla balear de Formentera, y que la superficie total de la diminuta isla canaria Graciosa es de similares dimensiones. A pesar de ello Praslin goza de un evidente atractivo para el visitante, debido tanto a la vegetación tropical que la cubre casi por completo como a sus playas, que no desmerecen a las muy renombradas de la vecina isla de La Digue. E incrementa su interés ese ritmo de vida pausado que solo se disfruta en lugares desconectados casi por completo del mundo exterior, del cual pude hacerme una idea en octubre de 2002.

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Presume también Praslin de un lugar casi único en su género, un valle situado en el centro de la isla al que los lugareños conocen como Vallée de Mai en el dialecto criollo local. A primera vista el valle parece ser un bosque de palmeras más, pero si se profundiza un poco aparecen detalles que lo hacen singular. Una característica importante de este espacio protegido es su antigüedad, pues se ha demostrado que ya existía hace millones de años, cuando Seychelles formaba parte del conjunto conocido como Gondwana y su territorio estaba todavía unido al continente africano. Una vez desgajado el Gondwana en numerosos pedazos, el que acabó constituyendo la isla experimentó un aislamiento que con el paso del tiempo dio lugar a numerosas especies exclusivas.

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No hay duda de que esta incomunicación contribuyó enormemente a que Vallée de Mai haya podido llegar hasta nuestros días en un magnífico estado de conservación, y que sea hogar de hasta seis tipos de palmeras que solo pueden encontrarse en este lugar. De la misma manera, también hay algunas especies animales que solo aquí habitan. Es el caso del enigmático loro negro de Seychelles, cuya población mundial se limita a unos pocos centenares de ejemplares. Su apariencia puede intuirse en el valle, aunque su huidizo carácter y la densa espesura de su entorno hace difícil verlos. Pero su presencia se antoja siempre cercana, pues los sonidos que emiten éste y otros pájaros, como el bulbul, son el único complemento sonoro a un silencio que se extiende majestuoso por toda la zona y parece poder escucharse en sí mismo.

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De entre las palmeras endémicas de Vallée de Mai, la más estimada es la que produce un fruto conocido como coco de mar. En realidad este árbol no es exclusivo por completo del valle, pues también nace espontáneamente en el vecino islote de Curieuse, una especie de copia de Praslin a menor escala. Hace años se creía que la mencionada planta crecía asimismo en Maldivas, pero con el tiempo se demostró que sus frutos eran transportados desde Seychelles por las corrientes oceánicas y germinaban allí al encontrar un terreno favorable. De hecho, se llegó a afirmar que era un arbusto del fondo del mar quien producía este coco de asombroso tamaño y de ahí el nombre con el que es conocido en la actualidad. Hay que tener en cuenta que la distancia entre Seychelles y Maldivas es superior a los dos mil kilómetros, lo que da idea del largo viaje emprendido por las semillas y de su fortaleza para resistir a los embates del océano.

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Con un peso que puede llegar a alcanzar los veinte kilos y un tamaño descomunal, el coco de mar es la semilla más grande que se conoce. Al igual que la vida en Vallée de Mai su existencia transcurre despacio, pues tarda unos siete años en germinar, y se calcula que la palmera que lo produce puede llegar a vivir más de cuatro siglos. La naturaleza le ha concedido tan sensual aspecto que tiempo atrás los isleños creían que estaba dotado de potentes poderes afrodisíacos. No es de extrañar que tras meses de penurias en su dura y solitaria travesía, los marineros que los veían surgir de entre las procelosas aguas del Índico pensaran que se trataba de incorpóreas nalgas procedentes de misteriosas féminas habitantes de las profundidades marinas.

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