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Eslovaquia

Vlkolínec (por Jorge Sánchez)

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No me dio tiempo el primer día que dejé Bratislava en alcanzar Vlkolínec, pues es una aldea algo remota. Primero abordé un tren hasta Ružomberok, a orillas del río Vah, adonde llegué hacia las 4 de la tarde. Los indígenas me informaron que para acceder a Vlkolínec, a unos 10 kilómetros de distancia, debería esperar un autobús hasta un cruce de caminos con el poblado de Biely Potok, y de allí caminar unos 3 o 4 kilómetros montaña arriba en la cordillera de los Cárpatos. Pero en invierno (viajé allí un mes de febrero) no hay allí alojamiento por lo que debería volver a Ružomberok, donde tenía para elegir entre un hotel caro (Kultura) y una pensión barata (Blesk). Y todos me aconsejaban pasar esa noche en Ružomberok y realizar la visita por la mañana. Les hice caso y me alojé en la Pensión Blesk, no sin antes acercarme a un gran supermercado a unos 100 metros de distancia, donde compré una botella de agua, un pan y 200 gramos de mortadela para cenar.

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En Biely Potok no había autobuses para Vlkolínec y tuve que caminar monte a través, por un atajo lleno de nieve, para ganar tiempo. Al llegar vi unas 50 casas típicas eslovacas de los siglos XIV y XV muy atractivas, de arquitectura rupestre usando la madera como materia base, como un letrero afirmaba, aunque los fundamentos eran de piedra. Durante la Segunda Guerra Mundial muchas de esas casas fueron incendiadas y años más tarde reconstruidas. Había muy poca gente esa mañana, sólo vi unos obreros que estaban reparando el techo de una casa y algún nativo, como el lechero, y otro con un hacha en la mano que iba a cortar leña al bosque para calentarse por la noche. Descubrí una tienda donde vendían café con leche y souvenires. En general la gente me ignoraba, no vi sonrisas ni saludos, cosa que por otra parte, no me importaba. Pero sí que vi diversos letreros escritos en inglés donde espantaban a los turistas advirtiéndoles de que por nada del mundo se les ocurriera penetrara en sus casas, por ser propiedad privada. Y que para ello existía un museo (que estaba cerrado en invierno).

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La iglesia también estaba cerrada por lo que no pude comprar un cirio al párroco, como era mi intención. En un cruce de caminos vi un atractivo campanario hecho de madera y diversos tótems de madera. Como en casi ninguna casa se veía luz o movimiento, deduje que en invierno apenas unas pocas casas están habitadas, y sus habitantes regresan en verano para aprovechar el turismo. Me pasearía por sus callejones y casas por una hora y media, más o menos. Viendo la desidia de los pocos habitantes hacia los visitantes, me marché atajo abajo hasta Biely Potok, de allí me desplacé en autostop a Ružomberok y poco después me marché en tren a conocer otro sitio UNESCO de Eslovaquia: Levoča y Spišský hrad.

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