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Rusia

Yaroslavl (por Jorge Sánchez)

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Me encantan las ciudades que componen el Anillo de Oro en Rusia y a lo largo de diversos viajes he tratado de conocerlas todas, aunque aún me faltan unas cuantas por visitar. A Yaroslavl se la denomina la «Florencia rusa». Sí, es exagerado, pero el calificativo da una idea de que allí se pueden encontrar tesoros artísticos y bella arquitectura.

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La ciudad debe su nombre al zar Yaroslav el Sabio, quien la fundó el año 1010, junto al río Volga. En una céntrica plaza pude observar la estatua de este zar, asiendo en sus manos una maqueta de una iglesia. Cerca de esa plaza también se encuentra un oso, el símbolo de la ciudad. Su Kremlin se localiza en el centro de la ciudad. Se debía pagar en rublos el equivalente a un euro para visitar unas iglesias en miniaturas en un jardín. A la salida rodeé el Kremlin por todo su perímetro, tras lo cual entré en el «plato fuerte» de la ciudad: la Iglesia de San Elías. Sólo por esta iglesia ya merece la pena viajar a Yaroslavl.

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Esa iglesia fue la primera que se construyó en Yaroslavl, durante el período cuando los polacos invadieron Rusia. Tras adquirir el billete de entrada pude admirar durante unas dos horas los detalles y la perfección de los frescos sobre los muros de la iglesia; aquello era comparable a la Capilla Sixtina del Vaticano, o a la Colegiata de San Isidoro de León. Esos frescos fueron creados en el siglo XVII por dos monjes artistas de la ciudad de Kostromá. Se les atribuye haber pintado frescos en, al menos, una iglesia de cada ciudad que integran el Anillo de Oro. Sus frescos representan la vida de santos.

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Era un milagro que las iglesias de Yaroslavl no hubieran sido destruidas por los comunistas. La explicación que me dieron allí fue que como la letra «Y» de Yaroslavl (pronunciada como «ia»), es la última del alfabeto ruso y ellos iban destruyendo iglesias en orden alfabético comenzando por la «a», al haber tantas iglesias en Rusia no les dio tiempo de llegar a las que tenían un nombre que comenzara por la última letra. Por eso se salvó Yaroslavl, para la delicia de sus visitantes.

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