Aseguran los miembros de la R.A.E. que un puente es una construcción de piedra, ladrillo, madera, hierro, hormigón, etc., que se construye y forma sobre los ríos, fosos y otros sitios, para poder pasarlos. Sin ningún ánimo de contradecir a semejantes eruditos, debo decir que esta definición me parece algo pobre. Primero por el uso de un término de la misma raíz tanto para el sujeto como para el predicado. Y también porque echo en falta un matiz fundamental en el papel que juegan este tipo de estructuras, que es el de tender lazos. En mi opinión de absoluto profano en la materia, los puentes no solo unen desde el punto de vista puramente físico, sino que también enlazan de manera espiritual, estableciendo un vínculo indisoluble donde antes tan solo había separación.
Bueno, una vez realizada la habitual perorata, dejémonos de veleidades que no llevan a ninguna parte y vayamos al grano. El ser humano ha tendido puentes desde que el mundo es mundo, puesto que se han encontrado trazas de ellos en todas las civilizaciones. El impulso definitivo a la construcción de estas estructuras lo dieron los romanos, quienes aplicaron las ideas innovadoras que caracterizaron su arquitectura para producir obras tan sobrias como artísticas. Quizás fue en esa época cuando los puentes comenzaron a adquirir un valor estético que complementa a la perfección su funcionalidad y que, con escasas excepciones, no ha dejado de acompañarlos desde entonces.
Puentes los hay de todo tipo. Grandes y pequeños. Altos y bajos. Poderosos y frágiles. Monumentales y austeros. Hace unos años listaba algunos de mis favoritos en este post. Como se quedaron bastantes en el tintero, he decidido dar visibilidad a estos otros que vienen a continuación. Si les dais una oportunidad, os aseguro que no os dejarán indiferentes.
Puente de Piedra (Logroño, La Rioja): Con una longitud aproximada de doscientos metros, suficiente para salvar las aguas del río Ebro en ese punto, el popularmente conocido como Puente de Piedra es el más simbólico entre los puentes existentes en Logroño. Tanto, que por él transcurre el Camino de Santiago y hasta aparece en el escudo de la ciudad. Fue inaugurado a finales del siglo XIX, curiosamente dos años después que el no demasiado lejano Puente de Hierro.
Puente de Madre de Dios (Anguiano, La Rioja): No abandonamos tierras riojanas y nos acercamos hasta la bonita localidad de Anguiano. Sus viviendas se encuentran situadas en ambas orillas del río Najerilla y para ir desde el barrio periférico de Cuevas hasta el céntrico de Mediavilla se decidió construir un puente en el siglo XVIII. Puesto que su altura sobre el lecho del río es de unos treinta metros, se le dio el peculiar nombre de Puente de Madre de Dios debido a las exclamaciones proferidas por los viandantes al cruzarlo.
Puente de la Risa (Municipio de San Javier, Región de Murcia): Aunque para nombre singular, el del conocido como Puente de la Risa. Construido en la segunda mitad del siglo XX, cruza un canal en La Manga del Mar Menor y consta de dos arcos a medio camino entre el medio punto y la ojiva. A pesar de su nombre, a muchos conductores no les hace tanta gracia cruzarlo debido a su considerable pendiente y algunos incluso son incapaces de llevarlo a cabo.
Puente de Hierro (Murcia, Región de Murcia): Nada menos que siete puentes salvan el río Segura en la cercana ciudad de Murcia, cada uno con una idiosincrasia particular. Resulta difícil elegir tan solo uno de ellos, pero creo que me decantaría por el denominado Puente de Hierro. Tendido a caballo entre los siglos XIX y XX, mide unos cincuenta metros y es un buen ejemplo de esa arquitectura del hierro que hacía furor en la época.
Puente Anghel Saligny (Distrito de Constanţa, Rumanía): Bastante lejos de allí, cruzando el río Danubio en el este de Rumanía, se alza el impresionante Puente Anghel Saligny. Excelente muestra también de la arquitectura del hierro, mide más de cuatro kilómetros y su vano central se acerca a los doscientos metros. Una barbaridad para finales del siglo XIX, época en la que fue construido. Increíble que sea tan poco conocido y valorado.
Puente Shahrestan (Isfahán, Irán): Muy desconocido también es el imaginativo Puente Shahrestan, que suele pasar desapercibido entre los visitantes a la población iraní de Isfahán. Y es una lástima, porque atraviesa el río Zayandeh nada menos que desde el siglo V, aunque su estructura superior fue remodelada unos siglos más tarde. Consta de trece arcos principales, mide unos cien metros y está construido en piedra y ladrillo.
Puente del Paco (Sallent de Gállego, Aragón): Retornamos definitivamente a España y a la piedra como material constructivo, para dar paso a una serie de puentes que tradicionalmente se han estimado romanos aunque no lo sean. Uno de ellos es el popularmente llamado Puente del Paco, que en la localidad oscense de Sallent de Gállego está todavía considerado así por muchos vecinos. En realidad, data del siglo XVI y su único arco, apuntado, se eleva sobre el río Aguas Limpias.
Puente Viejo (Manresa, Cataluña): Tampoco es romano el manresano Puente Viejo. Ni siquiera viejo del todo, puesto que hubo de ser reconstruido casi en su totalidad tras su destrucción por parte de tropas republicanas a finales de la infausta Guerra Civil española. De factura claramente medieval, fue originalmente construido en el siglo XII y salva las aguas del río Cardener mediante siete arcos de medio punto.
Puente Viejo (El Barco de Ávila, Castilla y León): Viejo sí que lo es el asimétrico Puente Viejo de El Barco de Ávila, puesto que su imagen actual se ha mantenido incólume desde al menos el siglo XII. Romano no tanto, aunque es posible que sus pilares provengan de esa época. Mide unos ciento veinticinco metros de largo y cruza el río Tormes sustentado por siete arcos de aspecto desigual.
Puente Viejo (Talavera de la Reina, Castilla-La Mancha): Menos viejo, aunque de apariencia más simétrica, resulta el atrayente Puente Viejo de Talavera de la Reina. Fue construido en el siglo XV para vadear el río Tajo en la zona y ha mantenido su aspecto original a pesar de alguna que otra remodelación posterior. ¿Romano? Para nada, aunque es posible que existiera un puente de esa época en el mismo punto, a tenor de algunos restos hallados en el fondo del río.
Puentecillas (Palencia, Castilla y León): Cruzando el río Carrión en un entorno ciertamente agradable, el encantador Puentecillas fue un acceso importante a la ciudad de Palencia en época medieval. Poco a poco, la población fue creciendo y el puente quedó en desuso y un tanto aislado, lo que sin duda contribuyó al buen estado que mantiene en la actualidad. Resulta difícil datarlo, puesto que es fruto de varios retoques que se le dieron a una versión anterior entre los siglos XI y XVI. Es posible que su origen sea romano, aunque la imagen que ofrece hoy día no lo es.
Ponte Romana (Orense, Galicia): Pese a la denominación con la que es localmente conocido, el orensano Ponte Romana no tiene nada de romano. Al menos su versión actual, de traza obviamente medieval. Afirman los entendidos que en tiempos de Augusto existía un puente en ese lugar, derrumbado por una crecida del río Miño hacia el siglo XII. Fue entonces cuando se construyó el actual, cuyo vano central está compuesto por un magnífico arco ojival.
Puente romano sobre el Guadiana (Mérida, Extremadura): Y llegamos, por fin, a un puente romano auténtico. No solo eso, sino que con sus aproximadamente ochocientos metros de longitud es el más largo de esa época que ha llegado íntegro hasta nuestros días. El puente romano que salva las aguas del río Guadiana en Mérida consta de tres tramos y lo forman sesenta arcos de medio punto. Fue construido en el siglo I y sobre él discurría la calzada conocida como Vía de la Plata. Tan extraordinaria obra de ingeniería y de arte a la vez no puede dejar a nadie indiferente.
