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Extremadura

Al encuentro de su destino

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A lo largo de los siglos quienes se consideran a sí mismos personas modernas, es decir, quienes viven el presente momentáneo de la Historia, han caído una y otra vez en el reiterativo error de no comprender, menospreciar e incluso vituperar a sus ancestros. Ejemplos de esta evidente falta de visión histórica los hay por todas partes, pero en España en concreto hay un caso reiterativo a todas luces y es el del comportamiento presuntamente inapropiado de los que ejercieron aquello que se dio en llamar conquista de América. Frecuentemente calificados de gente sin escrúpulos, ladrones e incluso asesinos, la realidad es que se trataba por lo general de personas de clase baja que partían a la búsqueda de fortuna en un viaje largo, peligroso y casi siempre sin retorno ante la falta de expectativas vividas en sus lugares de origen.

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A mediados del siglo XVI la ciudad de Trujillo debía presentar un aspecto bastante desolador. Buena parte, por no decir la mayoría, de sus jóvenes habían sucumbido a eso que ahora conocemos como efecto llamada y tomado la difícil decisión de abandonar a sus familias con dirección a las Indias, un destino del que casi todos tenían escasas referencias. Posiblemente eran conocedores de la fortuna que había sonreído a alguno de sus paisanos, pero seguramente era la falta de alicientes en su tierra la que los empujaba a embarcarse en una travesía que sabían dura y con muy pocas probabilidades de éxito. Esta escena, aunque en menor medida, se repetía en numerosos lugares de España y la falta de jóvenes en edad reproductora llegó a ser un verdadero problema, que llevó incluso a promulgar leyes al respecto para tratar de evitar lo que tenía visos de convertirse en una auténtica sangría.

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Pero los jóvenes trujillanos tenían un buen espejo donde mirarse ante el éxito obtenido por alguno de sus convecinos. De aquí eran originarios los hermanos Pizarro, el mayor de los cuales, Francisco, había logrado doblegar a las huestes incas llegando a ser nombrado gobernador de Nueva Castilla. A pesar de las riquezas conseguidas en el actual Perú, tan solo uno de ellos, Hernando, logró retornar a su ciudad natal. También de Trujillo era Francisco de Orellana, valeroso explorador que se adentró hasta límites insospechados en el Amazonas, río al que dio su actual nombre. Junto a él estaba otro ilustre de la localidad, Diego García de Paredes, partícipe en numerosas campañas hasta su muerte a manos indígenas en Venezuela. Sin olvidar al progenitor de éste, con idéntico nombre aunque más conocido como el Sansón de Extremadura, que aunque nunca estuvo en el Nuevo Mundo salió en busca de fortuna hacia diversos reinos europeos, resultando indemne siempre gracias a su físico hercúleo.

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Lejanos ya aquellos tiempos cuando sus jóvenes partían hacia tierras lejanas, Trujillo es hoy día una tranquila localidad que conserva un interesante patrimonio. Destaca una fabulosa Plaza Mayor donde, aparte de la famosa estatua ecuestre de Francisco Pizarro, están localizados un buen número de edificios de interés. Entre ellos se encuentra el Palacio de la Conquista, mandado construir por Hernando Pizarro y su esposa Francisca, a su vez hija de su hermano mayor. Cuando éste emigró a las Indias ya existía el castillo, de origen árabe aunque retocado con posterioridad y situado en una colina que domina la ciudad. Aparte de numerosas casas palaciegas y señoriales abundan en las calles trujillanas los conventos e iglesias, como la de Santa María la Mayor, donde un día el Sansón de Extremadura arrancó de cuajo la pila bautismal y la llevó hasta su madre, que se encontraba en cama indispuesta, para que pudiera santiguarse con agua bendita.

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No puedo negar que, de acuerdo con los criterios políticamente correctos que padecemos las personas modernas del siglo XXI, estos emigrantes a las Indias eran poco menos que unos auténticos salvajes. Pero el juzgar con la mentalidad actual unos hechos que sucedieron hace quinientos años me parece de una evidente estrechez de miras. Quizás si empatizáramos un poco, si intentáramos ponernos en el lugar de un joven trujillano del siglo XVI, nos daríamos cuenta de que en el fondo no tenían más remedio que ir al encuentro de su destino. Ése que hoy día lleva a muchos subsaharianos, con alguno de los cuales quizá el visitante se cruce en una calle del Trujillo actual, a emprender un viaje tan largo y peligroso como lo eran aquellos. Y son muy pocos los que por fin consiguen ver la luz al final del túnel, pues la cruda realidad suele imponer un criterio muy diferente al que esperaban. Tal y como ocurría en la mayoría de los casos entonces.

2 COMENTARIOS

    • Lamentablemente, aquellos jóvenes que salían a buscarse la vida a tierras lejanas, a la manera en que lo hacen ahora los inmigrantes que llegan al continente europeo, no están nada reconocidos, ni siquiera entre sus paisanos.

      Muchas gracias por tu comentario.

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