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Italia

Nápoles (por Jorge Sánchez)

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Nápoles es una ciudad fascinante, es un mundo en sí; posee una poderosa personalidad que te absorbe, te deslumbra, te seduce… Nápoles es la Calcuta de Europa, algo caótica, sí, tal vez, pero está viva, es auténtica; ambas ciudades me encantan.

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La primera vez que la visité, en el 2005, iba en tránsito y sólo pasé en ella un día. Llegue en tren al oscurecer; la estación la cerraban a medianoche y no podría dormir en ella, por lo que me echaron a la calle. En la puerta hice amistad con unos vagabundos a los que pregunté por un jardín donde dormir y me enviaron al puerto. Al llegar, extendí mi saco de dormir sobre un banco de madera y me acosté. Dormí tranquilo, hasta que el sol me despertó al amanecer. Visité el centro, en especial los Barrios Españoles (Quartieri Spagnoli), donde me sentía en casa, ya que allí se alojaban en el pasado nuestros bravos soldados de los Tercios de Flandes. A media tarde proseguí el viaje por la Costa Amalfitana, donde no paré de degustar vasitos de limoncello en cada pueblo.

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La segunda vez que visité esa entrañable ciudad fue el año 2014, y disponía de más dinero que la primera, no mucho más, pero pude permitirme alquilar un cuarto en un hostal justo enfrente de la estación de trenes, una zona donde me sentía a gusto. Me quedaría en Nápoles una semana entera, pues son muchos los lugares extraordinarios que esa ciudad y los alrededores ofrecen. Durante esos siete días me dio tiempo a visitar en viajes radiales de ida y vuelta:

– Palacio Real de Caserta
– Pompeya, Herculano y trekking al Vesubio
– Islas Capri, Ischia y Procidia, desde el puerto de Sorrento

La mejor de estas tres islas fue Ischia, gracias a su maravilloso castillo aragonés, que visité por dentro y por fuera, por delante y por detrás. El castillo aragonés hacía las veces de hotel, pero a precios desorbitados.

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Los cuatro días restantes hasta completar la semana los invertí íntegramente en Nápoles. A veces comía en la pizzería «Da Michele», pero un día que había mucha cola de turistas di la vuelta a la manzana y encontré otra pizzería, casi vacía, llamada «Il Figlio del Presidente», que se anunciaba con una foto del ex presidente estadounidense Bill Clinton, que comió allí. Y estaba también excelente la pizza que ordené, y sólo pagué 4 euros (Nápoles es una ciudad más barata que Roma). Advertí que en el año 2014 todavía recordaban a Maradona, y lo idolatraban. Veía su foto por muchos negocios.

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Poco a poco iba conociendo los tesoros dentro de la Catedral de San Gennaro, la Iglesia de San Jorge, el complejo del Monasterio de Santa Clara, el Castel dell’Uovo, la Chiesa del Gesu Nuovo (donde compré un interesantísimo libro sobre Matteo Ricci y su viaje a China el siglo XVI). En el Pio Monte della Misericordia admiré un maravilloso cuadro de Caravaggio llamado «Siete Obras de Misericordia», uno de los primeros que pintó en Nápoles tras su huida de Roma. En España tenemos sólo cinco pinturas de Caravaggio y he tenido la suerte de admirarlas todas. Están localizadas en el Museo del Prado, en el de Thyssen Bornemisza, en la Catedral de Toledo, en el Palacio Real de Madrid, y en el museo del Monasterio de Montserrat. Aún visité en Nápoles otros lugares memorables que nutrieron mi mente y mi alma. Y tras Nápoles me fui a viajar a otra parte.

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