Esta bella catedral gótica, construida enteramente en ladrillo rojo, no se halla muy lejos de la estación de tren. Su edificación se inició en el siglo XII como catedral católica, pero hoy es protestante. Justo al encontrarme junto a ella descubrí una concha metálica en el suelo, era la señal para los peregrinos a Santiago de Compostela.

El letrero de UNESCO se halla en una placa sobre la pared al entrar en la catedral. Pero una vez adentro ¡sorpresa! el precio para visitarla era de 60 coronas danesas y mi presupuesto no se lo podía permitir; si me gastaba ese dinero en visitar la catedral, ese día no comería. Pregunté por el monaguillo y lo llamaron al campanario. Esperaba verme con un chico joven, pero no, era un señor bien entrado en años, pero muy musculoso y aún podía tirar de la cuerda de las campanas para marcar las horas y anunciar la misa. Se alegró cuando le dije que era un peregrino español. Le dije que viajaba no a pie, sino en trenes y autobuses desde el norte de Escandinavia a España visitando por el camino los sitios jacobeos. Y dicho esto le presenté mi Credencial del Peregrino. Él entonces dio órdenes a la entrada de no cobrarme el billete.

Una vez adentro me quedé asombrado del retablo renacentista y de las tumbas de los reyes daneses. Se podía subir a un segundo piso para tener una perspectiva diferente de la catedral. Había frescos y capillas con tumbas de reyes y reinas. Aunque la decoración era simple, todo exhalaba una atmósfera sobrecogedora. Tras una hora de visita me despedí del monaguillo con mi agradecimiento y le dejé un donativo en el cepillo para poder comprar un cirio, que alumbré acto seguido junto al retablo. Una vez fuera rodeé la catedral descubriendo más sitios bellos, palacios y antiguos monasterios. Gracias al ahorro por no pagar esas 60 coronas, me pude comprar en un supermercado un buen bocadillo de mortadela para cenar y seguir mi viaje de retorno a mi pueblo Hospitalet de Llobregat, en mi querida España.