Dotada de un ambiente tan característico como inigualable, la plaza Jemaa el-Fna constituye un punto de encuentro para los ciudadanos de Marrakech. Su fisonomía sufre una transformación constante a lo largo del día, debido al vasto número de actividades que se realizan en este espacio. Vendedores de todo tipo de artículos, desde bolsos a zumos de naranja, van siendo progresivamente reemplazados por una amalgama de insólitos personajes que sorprenden al visitante. Cuentacuentos, tatuadoras de henna, acróbatas, improvisados dentistas, encantadores de serpientes, músicos tradicionales, adivinos, predicadores y charlatanes varios conforman un abigarrado y heterodoxo espectáculo sin parangón. A la caída de la tarde comienzan a ser sustituidos por vendedores de comida ambulantes, que ofrecen sus productos en mesas portátiles instaladas al efecto. Este trasiego de intercambios costumbristas constituye un espacio cultural de primer orden, que goza de protección oficial en Marruecos desde hace un siglo, aunque sus orígenes se sitúan tiempo atrás.