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San Vicente y las Granadinas

La furia de los dioses

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A pesar de proceder de un término análogo griego, con el significado de entre ríos, el origen de la palabra Mesopotamia parece estar en el viejo vocablo persa que representaba la frase la tierra entre los ríos. Esos caudales de agua que delimitaban la porción de terreno a la que refiere la expresión son evidentemente el Tigris y el Éufrates, entre cuyos cursos se desarrolló una de las cunas de la civilización humana. Con el paso del tiempo esta denominación ha ido siendo reusada para designar a otros lugares geográficos, generalmente alejados de aquella tierra fértil que les sirvió de imagen. Es el caso, por ejemplo, del territorio argentino situado entre los ríos Paraná y Uruguay. O de un próspero valle localizado en una pequeña isla caribeña, aunque aquí los cursos de agua que marcan la zona no son tan solo dos sino varios.

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Desconozco la razón por la que se dio en llamar Mesopotamia a esta hondonada localizada al sur de San Vicente y originalmente conocida como Marriaqua, aunque quizás tenga que ver con el hecho de que una población situada a su entrada comparte tal denominación. Pero soy más proclive a creer que fue la fecundidad del terreno la que llevó a los habitantes de esta isla eminentemente montañosa a calificarlo como tal tiempo atrás. Situado al pie del Grand Bonhomme, una de las cumbres más elevadas de la isla, por este lugar discurren diversos ríos confluyentes en uno solo, que se dirige hacia el Atlántico a través del desfiladero llamado Yambou Gorge. Bajo la cima, generalmente cubierta de nubes, de la montaña se extiende el valle, al que los isleños frecuentemente se refieren como cesto de pan debido a los numerosos cultivos que en él se desarrollan.

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No lejos de aquí, la vertiente oeste del Grand Bonhomme se desplaza hacia su encuentro con el Caribe dando lugar a diversas vegas, que albergaban productivas plantaciones en el pasado. Una de ellas es Mount Wynne que, junto con su vecina Peter’s Hope, formaba parte del patrimonio de una poderosa familia hasta que parte de ellas fueron vendidas en pequeñas parcelas, pasando el resto a ser propiedad del Estado. A pesar de que la tierra es algo menos fértil que en el vecino valle de Mesopotamia y los cursos de agua que la irrigan son menores, estos lugares solían estar dedicados a la siembra del cacao, tradicionalmente uno de los principales cultivos de San Vicente. Hace poco más de un siglo su producción en la isla sobrepasaba con creces la demanda interior, por lo que era generalmente dedicada a la exportación a países como Estados Unidos o el Reino Unido.

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Pero los tiempos cambian, y debido a diversas circunstancias el cacao proveniente de San Vicente dejó de ser competitivo, con lo que su explotación en la isla fue reduciéndose hasta llegar a ser casi inexistente. En la actualidad, el único recuerdo de aquella época en Mount Wynne y Peter’s Hope es la silueta de centenares de cocoteros, dedicados entonces a la producción de copra, recortándose sobre el azul horizonte caribeño. Pequeñas granjas, destinadas generalmente al cultivo de plátanos, se mantienen en las áreas más fértiles pero, a pesar de su indudable belleza, la imagen que predomina en esta zona de la isla es la del olvido. La de una población tradicionalmente agrícola que no consigue adaptarse del todo a nuevos roles y retos que los ponen a prueba.

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Vivía el año 2011 sus primeros momentos cuando contemplábamos una espectacular vista del valle de Mesopotamia desde el mirador situado en la localidad de Belmont. La panorámica que se disfruta desde ese punto permite hacerse una idea de la importancia secular que ha tenido este lugar para la economía de San Vicente. Plantaciones de cacao, árboles del pan, nuez moscada, cocoteros y otras especies vegetales se aprecian hasta donde alcanza la vista, dando la impresión de estar ante un auténtico jardín del edén, lamentablemente azotado con demasiada frecuencia por los huracanes. El último arrasó buena parte de las plataneras del valle, dejando a la isla sumida en la escasez de un producto vital para su supervivencia. Como si los dioses estuvieran celosos ante tanta belleza, y de tanto en tanto enviaran la furia desatada de las fuerzas de la naturaleza para intentar acabar con ella.

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