Amalienborg (por Jorge Sánchez)
Justo antes de iniciarse el timo-COVID, cuando nuestros gobernantes nos encerraron en nuestras casas de donde solo podíamos salir un rato cada día para ir al supermercado, a la farmacia, o a pasear al perro, realicé una parada de dos días en Copenhague, ciudad donde ya había estado en el pasado, pero sin cámara fotográfica, por lo que esta vez, que disponía de un teléfono móvil, re-visité lugares emblemáticos para fotografiarlos, comenzando por la famosa Sirenita. De regreso al centro me detuve en la plaza del Palacio de Amalienborg. Eran las 11 y media de la mañana y ya había multitud de turistas esperando el cambio de la Guardia Real de las 12.00 horas, que salen del castillo de Rosenborg a pie. Así que decidí esperar para verlo.
En el centro de la plaza se erguía una imponente estatua ecuestre representando al rey Federico V de Dinamarca y Noruega. Tras el cambio de guardia entré en uno de los 4 edificios que forman el palacio. Fueron erigidos en el año 1750 en estilo rococó para albergar a los familiares de la monarquía danesa, pero, al incendiarse el palacio real danés a finales del siglo XVIII, los reyes se trasladaron al palacio de Amalienborg. Hoy solo se alojan en él durante el invierno. De los 4 edificios, solo dos estaban abiertos al turismo, pero el precio de entrada lo consideré elevado (como todo en Dinamarca), así que me contenté con admirar su exterior y penetrar en uno de ellos donde vendían recuerdos, aprovechando para utilizar los aseos, que eran gratuitos.
Al salir, noté que, a apenas unos 50 metros de distancia, se localizaba una iglesia ortodoxa rusa con tres cúpulas doradas cuya belleza me turbó. Estaba dedicada a Alejandro Nevski y había sido construida en los tiempos del benevolente zar Alejandro II, el que liberó la servidumbre en Rusia. Subí al primer piso y observé que estaba repleta de fieles, tanto rusos como bielorrusos y ucranianos, orando con fervor. Le compré un cirio al monaguillo del archimandrita, esperé al final de la ceremonia y, después, entré en otro lugar vecino que me asombró sobremanera: la iglesia de mármol, que tenía una base redonda. Era un templo de religión luterana y su entrada era gratuita.
Ya serían las 2 de la tarde y me entró hambre, por lo que caminé al vecino canal de Nyhavn buscando un menú del día a precios módicos, pero, tras recorrerlo en su totalidad, acabe desengañado porque los precios mínimos de un menú para comer moderadamente bien no bajaban de los 40 euros. Detuve a un indígena por la calle y le pregunté por el paradero de un supermercado y, al señalármelo, me dirigí a él para comprar 300 gramos de mortadela, una barra de pan, más un frasco de un litro de zumo de naranja, y me marché al dormitorio de mi hostal para prepararme en mi litera un buen bocadillo.