Ankara (por Jorge Sánchez)

En el pasado había cruzado Turquía de extremo a extremo, tanto en horizontal como en vertical, y hasta en diagonal, pero nunca me detuve en la capital, Ankara, considerando que sería una ciudad artificial, pues fue en el año 1923 que Mustafá Kemal Atatürk, primer presidente de la nueva República de Turquía, decidió fundar en ella la capital del país, substituyendo a Constantinopla (Estambul), tras la desintegración del Imperio otomano. Hasta ese año la hoy ciudad de Ankara, conocida tradicionalmente en España como Angora, tenía una población de unas 15.000 almas, mientras que en la actualidad supera los 5 millones.

A pesar de mi prejuicio hacia esa ciudad, en un viaje que realicé en el año 2014 al Kurdistán iraquí, durante mi regreso a España por tierra resolví pasar un día con su noche en Ankara, adonde llegué en autobús un amanecer. Me preparé una lista de los lugares que visitaría: en primer lugar Aniktabir con el mausoleo de Atatürk; después, un museo importante (que fue el de las civilizaciones de Anatolia); la mezquita más grande (la de Kocatepe, con sus cuatro minaretes de casi 90 metros de altura cada uno) y, finalmente, callejearía por el centro para localizar un hotel a precios razonables.

La entrada a Aniktabir era gratuita, pero me obligaron de depositar mi bolsa de viaje en la recepción. El camino hacia el mausoleo estaba flanqueado por estatuas de leones. Alcancé una explanada sobre la colina desde donde las vistas eran magníficas. Vi frecuentes cambios de guardia y los turistas, tanto turcos como extranjeros, tomaban fotografías. Yo le pedí a un indígena que me tomara una fotografía junto a un soldado muy delgado, pero muy alto. Vi representaciones de guerras, mapas con flechas señalando los movimientos de las tropas en las batallas, pinturas, estatuas, escritos con los discursos de Atatürk. También entré en el Salón de Honor y en una tienda donde vendían recuerdos de Ankara y de la historia de Atatürk, aunque yo no compré nada.

El museo que visité cuando acabé la visita a Aniktabir, fue muy didáctico y me fijé en las figuras de las obras de los hititas. Una de ellas, representando un disco solar con un ciervo y dos carneros, la vería en una plaza de la ciudad, pero mucho más grande. Y también noté por el centro una estatua de Atatürk sobre un pedestal.

Para localizar la gran mezquita de Kocatepe no me fue necesario preguntar a los indígenas por la calle, pues se divisaba a mucha distancia. Cuando la percibí a lo lejos simplemente caminé hacia ella y, al llegar, me descalcé y penetré en su interior. Nadie me prohibió el que la visitara, a pesar de no ser musulmán, ni aparentarlo. Su estilo es otomano neoclásico y sobre ella me contaron que tiene una capacidad de 24 000 personas, siendo una de las mayores del mundo.
Esa noche, regocijado por todo cuanto había aprendido, cené con fruición tres pinchos morunos más un té y dormí como un lirón en un hotelito a precios moderados. Por la mañana viajé a Safranbolu, un patrimonio mundial de UNESCO.
