Fortaleza de Brest (por Jorge Sánchez)
Viajé en tren desde Moscú a Brest aprovechando que el visado ruso también es válido para entrar en Bielorrusia. De hecho, al cruzar de un país al otro el tren no se detuvo, ni hubo control de documentos o mercancías. Entramos en Bielorrusia como Peter by his house, como dicen los ingleses.
Llegué de buena mañana a Brest, una ciudad a pocos kilómetros de la frontera con Polonia. No es grande y se puede recorrer a pie, cosa que hice tras desayunar en la misma estación de tren un café con leche más un bollo de nata. Tras ello, caminé al propósito de mi viaje: la fortaleza de Brest, lo que me tomó una media hora a paso más bien lento, pues me paraba de vez en cuando para tomar fotografías y hacer preguntas a los indígenas sobre su paradero. Esa fortaleza se erigió durante la primera mitad del siglo XIX y llegó a ser la más poderosa del Imperio ruso.
Cuando comenzó la Operación Barbarroja, la Alemania nazi la atacó por sorpresa. Esperaban capturarla en 15 minutos pero al final les tomó casi un mes conquistarla debido a la tenaz defensa que ofrecieron los rusos. Tanto impresionó esa defensa que el propio Hitler visitó la fortaleza en 1941, invitando al italiano Mussolini a que lo acompañara, para averiguar la técnica de su construcción.
Penetré por un portal cuyo túnel tenía la forma de una estrella de 5 puntas. Había muchos turistas pero todos hablaban ruso; no me encontré con ningún extranjero. Pocos metros más adelante me topé con una emotiva estatua de un soldado caído tratando de beber agua, y al lado estaba una gran roca con una cabeza gigantesca que impresionaba, por lo que le pedí a un indígena que me tomara una foto junto a ella. Tras ello entré en la iglesia de San Nicolás y le compré un cirio al monaguillo del archimandrita. Después me recreé durante unas 3 horas por todo el complejo, tomando notas, haciendo fotografías y leyendo la historia de esa fortaleza, gracias a sus letreros.
Yo ya sabía que la fortaleza de Brest forma parte de las 13 ciudades héroes de la antigua Unión Soviética por sus heroicas defensas frente a los soldados nazis de Alemania, junto a Moscú, Leningrado (hoy San Petersburgo), Estalingrado (hoy Volgogrado), Tula, Smolensk, Murmansk, Novorosiisk, Kerch, Odesa, Kiev, Sevastopol, más Minsk. Para los rusos, esos 13 lugares son sagrados pues durante la Segunda Guerra Mundial, que ellos conocen como la Gran Guerra Patria, la URSS perdió unos 27 millones de habitantes, de los cuales solo un tercio eran soldados, mientras que los otros dos tercios fueron civiles que mataron los alemanes, incluyendo el genocidio de la ciudad de Leningrado durante un asedio que duró casi 3 años y donde murieron de inanición cerca de un millón de personas, con la criminal complicidad de Finlandia, que ayudaba a los nazis.
Visitar esa fortaleza fue para mí un gran logro viajero pues ya conocía los otros 12 lugares, así que caminé hacia la agradable calle Sovietskaya y entré en un supermercado para comprarme un tremendo bocadillo de mortadela, más un frasco de 1 litro de zumo de naranja, y raudamente me senté a comérmelo todo en un banco de madera, junto al cual había una estatua metálica representando a Don Quijote y Sancho Panza, para celebrar mi éxito de conocer los 13 sitios héroes de la vieja URSS.
Cuando se hizo oscuro me dirigí a un hotelito céntrico, junto a un letrero callejero que mostraba una fotografía del presidente Lukashenko, y alquilé un cuarto para pasar esa noche. Por la mañana viajé en tren a la histórica ciudad de Vitebsk, para visitar la casa donde vivió el pintor Marc Chagall.