Paisaje cultural y natural del Danubio (por Jorge Sánchez)
Hace varios años tuve la oportunidad de realizar un fragmento de este candidato a devenir un patrimonio mundial de UNESCO, cuando abordé en la ciudad de Viena un catamarán por el río Danubio con destino Bratislava, trayecto que tomó una hora y 20 minutos de tiempo observando durante la travesía espesa maleza a ambas riberas, con poderoso y bravo follaje con algunas aldeas pobladas por pastores.
Me emocionaba viajar por el río Danubio, que con sus, aproximadamente, 2890 kilómetros de longitud, representa el segundo más extenso de Europa. Nace en la Selva Negra y desemboca en el mar Negro. El río más largo de Europa es el Volga, con sus, aproximadamente, 3690 kilómetros de extensión, pero transcurre enteramente por Rusia, mientras que el Danubio atraviesa diez países: Alemania, Austria, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Serbia, Rumanía, Bulgaria, Moldavia y Rumanía. Y, además, cruza cuatro capitales: Viena, Bratislava, Budapest y Belgrado. Por ello se le considera el río más internacional del planeta y, tan importante es para la cultura europea, que el músico Johan Strauss (hijo) le compuso un famoso vals en la segunda mitad del siglo XIX: «El Danubio azul». Durante el trayecto, los pasajeros teníamos la oportunidad de seguir en una pantalla el itinerario del catamarán, donde se señalaban los aspectos que motivó a UNESCO su inclusión en su lista indicativa.
La llegada a Bratislava nos llenó de regocijo a todos los pasajeros. La vista de la ciudad desde el río era espectacular, pues se observaba sobre una colina rocosa el antiguo castillo, más la catedral de San Martín, del siglo XIII. Tras Roma y Ciudad del Vaticano, que son dos capitales cara a cara; más luego las de Kinshasa y Brazzaville, que están separadas por solo 2 kilómetros de distancia; las capitales de Viena y Bratislava son las terceras más cercanas entre sí, ya que solo distan unos 60 kilómetros.
El embarcadero quedaba en el centro histórico de la ciudad, así que emprendí una excursión a pie por sus estrechas callejuelas escudriñando todo edificio que me parecía histórico e interesante, como palacios, plazas, y hasta en iglesias, en las cuales entraba para comprar cirios a los monaguillos. Al alcanzar la Puerta de Miguel, erigida hacia el año 1300, me entró hambre y me senté en la terraza de un restaurante donde ordené un plato típico eslovaco, llamado brundzove halusky, consistente en unos ñoquis, o gnocchi, de patata, mezclados con queso de oveja, todo bien cubierto con trozos fritos de tocino, y para beber me trajeron una tremenda jarra de cerveza local.
Pero no todo fue positivo ese día pues, al caer la noche, para dormir busqué la opción más barata de Bratislava y entré en un hostal de cápsulas donde apenas pude pegar ojo, pues notaba que me faltaba el aire de lo claustrofóbico que era esa cápsula. A ratos tuve pesadillas al dormir y me sentía en un ataúd y me llevaban en un carruaje a caballos para lanzarme al río Danubio. Nunca más repetiré la experiencia; antes prefiero dormir en un banco de madera en un parque, junto a los vagabundos. Por la mañana regresé a Viena, de nuevo en catamarán, navegando por el río Danubio, disfrutando una vez más del intenso follaje y la visión de las aldeas de los pastores. Del mundo eslavo regresaba al mundo germano.