Sumido en la ortodoxia
Nunca imaginé verme en una situación igual. Que un chaval español de pueblo, con una familia de profunda raigambre católica, se encontrara a punto de asistir a su propia boda por el rito ortodoxo rumano me hubiera resultado inimaginable tan solo unos pocos años atrás. Cierto es que la iglesia donde se iba a celebrar el evento era bonita, la novia guapa, buena e inteligente y los asistentes majos, pero aun así el entorno me resultaba demasiado solemne. Mis piernas no dejaban de temblar y fueron varias las ocasiones en las que estuve a punto de salir corriendo. No me tranquilizaba el hecho de que hubiera varias bodas anteriores a la nuestra en el mismo lugar, lo que contribuía a incrementar la espera.
Mi desconocimiento sobre la Iglesia ortodoxa en general y la Iglesia ortodoxa rumana en particular era casi total hasta que conocí a Diana. Sabía que su línea de pensamiento era muy similar al credo católico que me fue transmitido en la infancia, pero con algunas ligeras diferencias. Suponía que la ortodoxia era en general un tanto más rígida y estricta que el catolicismo, pero con el tiempo me di cuenta de que la realidad es muy diferente. Para empezar, la Iglesia ortodoxa rumana permite que sus sacerdotes estén casados. Cierto es que si quieres llegar a obispo tienes que ser célibe o viudo, pero cualquier sacerdote puede tener pareja y, por supuesto, hijos. En cuanto a las relaciones prematrimoniales en la pareja, son admitidas sin problemas. Muy diferente a ese horrible vivir en el pecado de la Iglesia católica.
Las celebración de la santa misa también difiere bastante. Aunque puede durar de tres a cuatro horas y los asistentes tienen que estar de pie, más que nada porque no suele haber bancos para sentarse, éstos tienen permitido entrar y salir a su antojo. No resulta problema alguno asistir al evento durante unos pocos minutos y no se castiga con el pecado eterno el no ir a misa en absoluto. Muy distinto de la rigidez del catolicismo, donde si, por la razón que sea, no asistes a la celebración religiosa semanal se te condena al averno sin miramientos. La ortodoxia es, pues, un credo más abierto e infinitamente menos estricto que el catolicismo, cuando menos en el concepto que se tiene del pecado.
Pero volvamos a mí y mis circunstancias preboda. El templo en el que se iba a realizar la celebración se llama Iglesia Domnița Bălaşa y es uno de los más venerados de Bucarest. Se denomina de esta manera porque la fundadora de la primera versión del templo se llamaba Bălaşa y fue una de las siete hijas del santo Constantin Brâncoveanu, que fue quien dio origen al estilo brâncovenesc que muestra el edificio. Domnița se traduce como señorita y es el apodo que recibía aquella relevante mujer. Ante tan grandiosa edificación, una persona tan humilde como yo no podía menos que sentirse cohibido, expectante ante los acontecimientos que estaban por venir.
Por suerte, y tal como anteriormente mencioné, nuestra boda era la cuarta o quinta de la tarde y el sacerdote ya se había echado al coleto sendos tragos de vino. Porque una de las características de las bodas ortodoxas es el vino que degustan con fruición tanto el celebrante como los celebrandos. Otras peculiaridades que las diferencian de las bodas católicas son dos enormes cirios que los padrinos les entregan a la pareja y lucen encendidos durante la celebración; las coronas atadas que colocan en la cabeza a los novios y que simbolizan la bendición de Dios; los anillos que son intercambiados tres veces entre el novio y la novia por el padrino; la danza de Isaías, que es como se denomina a las tres vueltas que dan el cura, seguido por los padrinos y los novios, alrededor del altar; los besos a los libros sagrados; la galleta con miel que ejerce la función de la hostia católica; y, sobre todo, la sensación de haber vivido una experiencia que no va a volver a repetirse nunca en la vida.