Viena (por Jorge Sánchez)
Visité Viena durante un día entero en el año 1984. Llegué a esa ciudad en autostop procedente de Múnich, en Alemania. Visité las atracciones turísticas principales y cuando empezaba a oscurecer entré en un supermercado a comprar pan y mortadela más un frasco de zumo de naranja y me instalé en una litera del dormitorio de un albergue a dormir. Por la mañana proseguí el autostop y llegué a Graz, aún en Austria. No llevaba cámara de fotos.
Justo 35 años más tarde, en el 2019, volví a Viena en otras circunstancias. Ya era sexagenario y no viajaba en autostop, sino en avión. Además, llevaba un móvil, por lo cual pude hacer unas cuantas fotografías de la ciudad. Acababa de dejar a mi familia rusa en Siberia y yo volvía en avión en solitario a Barcelona, en España. Mi vuelo de Moscú con Austrian Airlines me dio la oportunidad de permanecer en Viena por 2 días con sus correspondientes noches.
Lo primero de lo que me apercibí fue de que no recordaba prácticamente nada de esa ciudad durante mi primera visita, y solo cuando llegué a la catedral de San Esteban sentí una especie de déjà vu. Me pareció que una persona puede viajar eternamente y volver a los lugares visitados tres décadas y media más tarde, y todo lo apreciará como nuevo.
El primer día lo empleé en acercarme a los sitios más destacables, como fueron los palacios de Schönbrunn y Belvedere, pero los precios de entrada eran exageradamente altos para mi presupuesto, por lo que no visité ninguno de ellos, contentándome con admirarlos exteriormente y callejear por el centro y por el parque de Sigmund Freud, que esperaba más grande. Mi lugar más entrañable fue Karlskirche, la iglesia dedicada al santo italiano del siglo XVI san Carlos Borromeo, por lo que le pedí a un indígena que se paseaba por alli que me tomara una fotografía junto a ella.
Era en los bancos de madera frente a esa iglesia donde me preparaba los bocadillos de mortadela para comer, merendar y cenar. Me encantaban sus formas y, sobre todo, sus dos columnas de estilo barroco, similares a la columna de Trajano, en Roma, narrando la vida del santo.
El ayuntamiento de Viena estaba ubicado cercano al parque de Sigmund Freud, frente a la iglesia católica Votiva, y a la universidad principal, pero no entré en él, ni tampoco en otros edificios apabullantes del centro de la ciudad, como museos, academias, la opera y palacios diversos.
Viena es una ciudad egregia, pues constituyó la capital del Imperio austriaco (entre 1804 y 1867), y también del Imperio austrohúngaro (entre 1867 y 1918), por ello está llena de edificios imponentes. Sin embargo, de las tres capitales centroeuropeas: Budapest, Praga y Viena, mi favorita sigue siendo Budapest.
El segundo día realicé en barco la travesía Viena – Bratislava, ida y vuelta, por el río Danubio, el segundo más extenso de Europa (el primero es el Volga). Esas dos capitales, Viena – Bratislava, son las segundas más cercanas entre sí (unos 80 kilómetros), siendo las primeras Brazzaville – Kinshasa (unos 3 kilómetros).
El tercer día volé a Barcelona, en mi querida España.