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China

Dengfeng (por Jorge Sánchez)

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En China iba siguiendo los pasos de sabios, santos y viajeros, a ver si de carambola se me pegaba algo de ellos y capturaba lo que los derviches denominan baraka. Al arribar a la estación de tren de Zhengzhou, proseguí en un minibús a Dengfeng, y aún proseguí hasta el celebérrimo monasterio de Shaolin, a las faldas de Song Shan (la sagrada montaña de Song), donde sus monjes aprenden Kung Fu. Recordaba la serie televisiva de Kung Fu, interpretada por el actor estadounidense David Carradine, que a veces veía durante mi adolescencia. No viajé a ese monasterio por estar interesado en el Kung Fu, sino por su creador, el monje indio Bodhidharma, que en China conocen por Da Mo, a quien seguía la pista desde que visité en Kanchipuram, en Tamil Nadu (India), su lugar de nacimiento. Pero encontré ese monasterio demasiado comercializado.

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Compré mi entrada al recinto por 100 Yuan, pero deseché adquirir un ticket para presenciar un espectáculo nocturno con cena donde los monjes hacían demostraciones de artes marciales. Tampoco compré suvenires en la tienda anexa ni dejé que me hicieran una foto junto a un monje de cartón practicando Kung Fu. Por el camino hacia el templo principal, observé cómo centenares de aprendices a monjes practicaban el Kung Fu dando gritos y pegándose mamporros en el lomo y costillas, algunos hasta hacían torres humanas que me recordaron los antiguos «Bailes de los Valencianos». Decidí quedarme allí a dormir pues el Monte Song merece varios días de estancia para poder apreciar todo cuanto ofrece en términos de naturaleza y templos sagrados.

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Había un hotel llamado Zen y entré por curiosidad para saber sus precios. Era caro, del orden de 400 Yuan por una habitación individual, precio que no podía permitirme pagar. Pero el recepcionista me ofreció un cuarto en la planta baja a 150 Yuan, aunque sin agua caliente. Estaba en el mes de marzo y hacía frío, pero acepté ese cuarto con una estatua de Buda en la mesita de noche. Ya estaba acostumbrado a ducharme con agua fría. Uno va mojándose con el grifo de la ducha primero el pie, luego sube el grifo hasta la rodilla, la pierna, y así poco a poco, y al final uno se siente a gusto con el agua fría, enjabonándome el cuerpo y lavándome el pelo con champú mientras tarareaba una jota aragonesa.

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Junto al hotel había un bosque lleno de pagodas de piedra. Mediante cortos trekkings se podía acceder desde ellos a la cueva de meditación de Bodhidharma y a templos menores, cosa que hice. Vi diversas estatuas dedicadas a Bodhidharma y pedí a los chinos que me hicieran fotografías junto a ellas. Bodhidharma es otro de mis héroes viajeros, al igual que el chino Xuanzang. Fue el introductor del Budismo en China y el Zen en Japón. Se le representa con la cara oscura, la barba negra y un pendiente en una oreja. Por la noche hubo un espectáculo gratuito de Kung Fu en el teatro, no tan completo como debió ser el show de pago en las afueras del monasterio, pero fue aceptable. Los jóvenes monjes rompían ladrillos con la mano y también con la cabeza, se pinchaban con una lanza la barriga y no les salía sangre, y se daban buenos trompazos en el cuello y espinillas al son de gritos, pero no se hacían daño, parecían de goma. Yo, sólo de mirar los golpes que se propinaban, sufría más que ellos.

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El día siguiente me desplacé a otro monasterio también a las faldas del Monte Song, era Taoísta y se llamaba Zhongyue. Allí no había ningún extranjero (de hecho en Shaolin no recuerdo haber visto ningún occidental) ni siquiera turista chino. La entrada era gratuita y no vendían suvenires ni te hacían fotos junto a un Lao Tse de cartón. Los monjes te enseñaban cómo caminar de manera consciente, recordando el aquí y el ahora. También te enseñaban la manera de cruzar las manos para lograr armonía interior. Era un sitio más relajante que Shaolin y me proporcionó mucha satisfacción. Al hacerse oscuro regresé a la estación de Zhengzhou y proseguí mi viaje en un tren nocturno buscando el rastro de la viajera francesa Alexandra David Neel en el monasterio tibetano de Kumbum, donde vivió largo tiempo.

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