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Estonia

Kuressaare (por Jorge Sánchez)

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En Tallin compré un ticket combinado bus-barco a Kuressaare, la capital de la isla de Saaremaa. Llegué ya oscuro a la villa, pero antes de alojarme en el único hostal (tuve suerte de que lo habían abierto especialmente para un grupo de estudiantes estonios), me paseé por los alrededores para tener dos visiones del lugar, una de noche y otra de día.

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El castillo, naturalmente, ya estaba cerrado, pero lo habían dejado iluminado. Atravesé el puente de madera y llegué a la entrada principal para leer sobre un letrero la historia del sitio. Todo estaba escrito en estonio, pero las autoridades habían tenido la delicadeza de colocar al lado del texto en estonio una traducción al ruso, para que así los extranjeros pudieran entenderlo, lo cual es de agradecer. Por ese letrero aprendí que ese castillo databa del siglo XIV y fue construido por los caballeros teutones. Perteneció a un obispado llamado Osel-Wiek, que era una entidad política semiindependiente (duraría hasta el siglo XVI). A lo largo de su historia el castillo fue poseído por países vecinos, como Dinamarca, Suecia, o Rusia, y todos ellos hicieron reformas. Los suecos, por ejemplo, mejoraron las defensas copiando las técnicas del ingeniero francés Vauban y añadieron bastiones y revellines. Esa noche vi también una iglesia iluminada, el atractivo edificio del ayuntamiento, un casino activo con muchos clientes que entraban y salían sin cesar, un hotel, varios restaurantes y un supermercado, donde aproveché para comprarme un pan y mortadela para cenar.

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Por la mañana empleé varias horas en revisitar el sitio, aunque en el interior del castillo no me permitieron acceder al Palacio del Obispo, que era su residencia. Deduje que al no haber prácticamente turismo el mes de febrero (cuando yo estuve), estaba cerrado. Hacia el mediodía regresé en un combinado bus-barco a Tallin. Si soy sincero, disfruté más con el viaje en sí que con el castillo. El autobús desde Tallin al puerto de Virtsu no fue nada especial, pero el trayecto dentro de la isla y el viaje en barco sí que lo fue. Primero se llega en el ferry a una isla intermedia llamada Muhu. Entre las islas de Muhu y Saaremaa hay un puente. La travesía a la isla dura alrededor de media hora, pero es fantástica, sobre todo en invierno, cuando la parte del Mar Báltico en el estrecho entre Estonia continental y esa isla está helado y el barco, a manera de un rompehielos, va abriéndose paso rompiendo el hielo (de ahí viene la palabra rompehielos). El sonido del crujido del hielo era emocionante, me sonaba a música, a música viajera.

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