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Kazajstán

Turkestán (por Jorge Sánchez)

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Viajé a este Patrimonio Mundial en compañía de una estudiante japonesa que conocí en la histórica ciudad kazaja de Taraz. Una vez que llegamos a Turkestán (la antigua Yasi) en un tren TALGO (fabricado en España), nos separamos para visitar el Mausoleo de Khoja Ahmad Yasawi, cada uno a nuestro aire, para volver a encontrarnos al oscurecer en el albergue de la ciudad, el más barato de Kazajstán (apenas 5 euros por un catre en un dormitorio).

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Tras comprar el billete de entrada (con un enorme descuento si lo pides en ruso), comprobé que tenía ante mí un día entero para llegar a penetrar en todos los vericuetos que incluye este sitio UNESCO, pues además del mausoleo había murallas, mezquitas subterráneas, museos y otros lugares relacionados. Primero rodeé las murallas y me subí a ellas. A continuación penetré en el mausoleo en sí. Me advirtieron que hacer fotografías en el interior estaba prohibido, pues allí se albergaba la tumba del gran santo sufí Ahmad Yasawi (Khoja, o Khwaja, es un título que se otorga a los maestros sufíes). Vi a varios fieles que rezaban desde una ventana con celosía desde donde se podía distinguir la tumba a corta distancia.

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Khoja Ahmad Yasawi es el autor del celebrado Libro de la Sabiduría. Nació en una población al sur de Kazajstán, luego vivió en Bujara, para finalmente instalarse en Yasi en el siglo XII. A sus 63 años, la edad de Mahoma, se enterró en una celda subterránea que él mismo cavó, para dedicarse a la meditación, hasta que expiró. Dos siglos más tarde el conquistador Tamerlán ordenó erigirle un mausoleo, pero tras su muerte fue abandonado, hasta nuestros días. Quien haya estado en Samarcanda o en Bujara encontrará familiar la arquitectura de este mausoleo inacabado.

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Empleé aún varias horas en acabar de conocer el sitio. Aparte del mausoleo, disfruté de la visita a la mezquita subterránea, donde observé una gran pintura representando a una hermandad de derviches en cuclillas (Khoja Ahmad Yasawi llegó a ser un murshid, o jefe de un tekke de una orden sufí que él mismo fundó, llamada, precisamente, orden Yasawi), donde se reunían para practicar el zikr y discurrir sobre el sentido de la existencia. Contemplando esa pintura se sentía espiritualidad en el interior de esa mezquita. A la mañana siguiente, tras desayunar en el albergue, la japonesa y yo nos separamos; ella iría en autobús al mar de Aral y yo me dirigí hacia las estepas y lagos de Saryarka (otro sitio UNESCO) en otro tren español TALGO, que son infinitamente mejores que los destartalados trenes rusos de los tiempos de la URSS.

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