MunDandy

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Azerbaiyán

Bakú (por Jorge Sánchez)

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Llegué a Bakú en tren tras un largo viaje nocturno desde Tbilisi en Georgia, y de inmediato compré en la misma estación ferroviaria un billete para el siguiente barco a la entonces ciudad de Krasnovodsk, hoy llamada Turkmenbashi (iba viajando en tiempos de la URSS), en Turkmenistán, atravesando el mar Caspio.

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Como el barco zarparía tres días más tarde tuve bastante tiempo para familiarizarme con la histórica ciudad de Bakú y penetrar en todos sus vericuetos, como Dios manda. Me alojé en el dormitorio de la misma estación de trenes, y al rato salí y comencé a descubrir esa populosa ciudad. A veces, para desplazarme, utilizaba el Metro, a pesar de que prefiero explorar las ciudades a pie, pero en el trayecto en tren desde Georgia unos pasajeros azeríes me habían informado que algunas de las estaciones de ese Metro estaban decoradas de una manera hermosa y parecían museos, al igual que las estaciones céntricas del Metro de Moscú.

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Mi primera sensación de la ciudad cuando me paseé por su avenida paralela al mar fue el olor a petróleo, y ello era debido a que justo enfrente se hallaban las torres de extracción de ese producto, lo cual constituye la principal economía del país. Al segundo día me había acostumbrado y ya no olía nada raro. Subí hacia la parte vieja y entré en un recinto amurallado llamado Icheri Sheher. Una vez dentro me apresté a visitar el Palacio de los Shirvanshah (o de los dirigentes shah de la región azerí de Shirvan), también la Torre de la Doncella, la plaza del bazar y el minarete Synyk-Kala de la mezquita de Muhammad, más dos exóticos caravanserais de los tiempos de la Ruta de la Seda que los habían convertidos en restaurantes. Una vez fuera de ese complejo palaciego no deje de admirar el palacio de las bodas, los zocos cercanos, y me perdía a propósito por los callejones tumultuosos vecinos al bellísimo museo dedicado a Nizami Ganjavi y demás poetas azeríes, que visité durante un buen rato.

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Cuando llegó la hora a la que mi barco a Turkmenistán debía zarpar, y una vez que todos los pasajeros ya estábamos a bordo, un grumete del capitán informó por los altavoces que la salida se retrasaba hasta la mañana siguiente pero, en compensación, a los pasajeros se nos permitía pasar esa noche en el interior de la nave con cena incluida.

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