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Bulgaria

Monasterio de Rila (por Jorge Sánchez)

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Visité el monasterio de Rila en compañía de un grupo de 50 turistas españoles en un tour programado de dos semanas de duración, visitando Burgas, Nesebar, Plovdiv, etc. Ha sido una de las rarísimas veces en mi vida que he comprado un paquete turístico, pero me vi forzado a ello pues en aquellos tiempos (fue en el año 1978 cuando visité Bulgaria por primera vez) no se podía viajar en solitario a la URSS y a los países del COMECON. Sin embargo no lo lamento pues fue una grata experiencia viajar en grupo, y hice mucha amistad con mis compañeros, los cuales provenían de varias regiones españolas, tales como Madrid, Murcia, Cataluña, y Castilla la Vieja (entonces se llamaba así). Nuestro guía búlgaro local (Aleksandr) de la agencia local Balkantourist nos informó en perfecto español en la entrada del maravilloso monasterio de Rila (Rilski Manastir en búlgaro), que allí se había preservado la cultura búlgara durante la larguísima ocupación turca del territorio búlgaro. Tras esa breve explicación Aleksandr nos dio dos horas de tiempo libre para tomar fotografías o comprar suvenires antes de regresar a nuestro hotel en Sofía.

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Me encantó la situación del monasterio en medio de un frondoso valle con altas montañas y el río Rilski más la arquitectura de las construcciones. Sobre todo me atrajo la combinación de los colores blanco y negro de los pilares y arcos y los prodigiosos frescos e iconos de su interior, además de la venerada cruz de madera de un monje llamado Rafail. Muchos edificios habían sido reconstruidos tras un incendio que casi destruyó el monasterio del todo en el siglo XIX. La iglesia principal mostraba elementos neo-bizantinos, pero la torre era original, pues no sufrió en el incendio.

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Hablé como pude en ruso con un monje muy mayor con largas barbas, cuyo aspecto encontré entrañable, tanto por su bondad como por su sonrisa compasiva. Me contó que el monasterio de Rila es el alma de Bulgaria, y fue fundado por un ermitaño llamado Iván Rilski en el siglo X, cuya cueva donde vivió y murió se hallaba a unos 4 kilómetros siguiendo un sendero, y me recomendaba ir allí, y de paso, ver también su tumba. Pero no fui porque el guía sólo nos había dado 2 horas, y de haber ido a la cueva no habría podido volver a tiempo al autobús. Cuando llegó la hora regresamos a Sofía. Todos los 50 españoles estábamos alborozados por haber realizado esa magnífica excursión.

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