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Barbados

Bridgetown (por Jorge Sánchez)

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Volé desde la isla francesa de Martinique a Bridgetown, la capital de Barbados. Desde el avión ya percibí que la isla era más bien plana, sin apenas montañas.

Como el aeropuerto se encontraba a sólo 15 kilómetros de distancia de Bridgetown, caminé. Cuando al cabo de unas 3 horas llegué al centro noté de inmediato que esa ciudad era muy british, con su plaza de Trafalgar, la estatua de Lord Nelson, los pubs ingleses que mostraban posters de un león británico rasgando las banderas francesa y española, los coches circulaban por la izquierda, las iglesias eran anglicanas, las calles seguían un trazado típico inglés, las gentes jugaban al cricket en los parques, y todo el mundo, como esa misma tarde verificaría, hacían un alto a las 5 de la tarde para tomarse un té.

Aunque hice pocas amistades ese primer día en Bridgetown, todo el mundo se me mostró muy agradable y educado, sobre todo los rastafaris. La inmensa mayoría de la población es de origen africano, pues sus antepasados fueron llevados a esa isla a la fuerza, tras ser capturados en África y ser esclavizados para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar. También observé que había algunos chinos, pero no vi apenas blancos, aunque deduje que entre ellos habría muchos de religión hebrea a juzgar por la gran sinagoga que visité, que estaba llena de fieles.

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Normalmente en las islas pequeñas del Caribe empleaba dos días con una noche de tiempo, y Barbados no sería una excepción. Me informé de las atracciones turísticas para visitar en esos dos días y así supe que su guarnición militar, a unos 20 minutos a pie, era el plato fuerte de Bridgetown, por lo que hacia allí me dirigí, aunque lo que vi me dejó más bien indiferente y salvo los guardias y una torre roja con un reloj, no encontré allí nada del otro mundo.

Por unos folletos que me regalaron en la oficina de turismo aprendí que Cristóbal Colón ya avistó esa isla durante su primer viaje del año 1492, aunque no desembarcó en ella. Los españoles más bien se cuidaron de las Antillas mayores; las menores les parecieron migajas y dejaron que las ocuparan los ingleses, franceses y holandeses.

El nombre de Barbados se lo dieron a esa isla unos marinos portugueses al mando de un tal Pedro Campo, porque vio unas higueras de las que pendían unas ramas que parecían barbas.

Hacia el mediodía pregunté a los indígenas por esas higueras que tanto impresionaron a Pedro Campo, pues me entró hambre y me apetecía comer higos. Pero ya no existían en Bridgetown, así que al final tuve que acudir a un kiosco callejero donde pedí un cucurucho de papel conteniendo fish and chips, o una fritura de pescado acompañada de patatas, muy popular en Reino Unido, que los ingleses copiaron del pescaíto frito de Andalucía.

Al día siguiente por la tarde volaría de Bridgetown a la isla de Granada.

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