MunDandy

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Islandia

Chiquito pero matón

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De altura poco superior a la de un pony en la cruz, el caballo islandés constituye todo un símbolo en ese país de los hielos del que toma su nombre. No en vano en Islandia existen aproximadamente cien mil ejemplares de esta especie, más de una cabeza por cada tres habitantes. Extrapolando este dato a España resultaría que en este estado vivirían unos quince millones de caballos, cuando la realidad es que no llegan a trescientos mil. Aunque estos fríos números no muestren el aprecio que sienten los islandeses por sus amigos equinos, dan cierta idea de la importancia que tiene este animal en la isla escandinava, donde la presencia de estos pequeños équidos se hace evidente por todas partes.

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En realidad tal rocín no es originario de Islandia sino que fue traído hasta estas frías tierras por los vikingos, que se instalaron en ellas allá por el siglo IX. Además de ser empleados como animales de carga o como soporte en sus desplazamientos, los caballos eran fundamentales en su mitología pues servían frecuentemente como ofrenda a los dioses. Parece ser que era común entre ellos el sacrificio de estos animales en los días previos al inicio de alguna de sus expediciones, con el fin de asegurarse el éxito en su desarrollo. Su adaptación a la isla fue tan buena que la especie se ha ido manteniendo pura con el paso de los siglos, a lo que ha contribuido tanto su aislamiento como la prohibición, vigente desde hace más de novecientos años, de introducir cualquier otra raza equina en ella.

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Hasta que llegué a Islandia en 2002, mi experiencia con los corceles se limitaba a unos cortos paseos en la yegua de un amigo cuando era adolescente. Y aunque no salí escaldado del todo sí me llevé algún que otro susto, especialmente una vez que el animal levantó las patas delanteras y casi me tira. Me sorprendí a mí mismo, por tanto, cuando acepté de buen grado la invitación para ir a dar una vuelta a caballo en los alrededores de la localidad de Varmahlíð. Menos costumbre tenía Diana, que no había cabalgado nunca, pero su actitud positiva ante cualquier tipo de mamífero le hacía estar de lo más ilusionada con esta práctica tan novedosa para ella. Una sonrisa iluminaba su rostro cuando nos dirigimos hacia el lugar elegido.

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Varmahlíð es un conjunto de casas dispersas al norte de la isla, que no llegarían siquiera a constituir una aldea en cualquier país con mayor densidad de población que éste. Están situadas las viviendas en la ladera de un otero que da nombre a toda la zona, una de las pocas de Islandia donde es posible la práctica de la agricultura. Con el fin de ayudar a sus habitantes en las tareas agrícolas los equinos han estado presentes aquí a lo largo de muchas generaciones, y su figura pastando en las verdes llanuras que se extienden a la sombra de la colina es la más característica de este lugar. Tras una cerca nos esperaban aproximadamente una docena de caballos islandeses de apariencia tranquila.

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Cuando el propietario de la granja me interrogó sobre mis habilidades ecuestres y me vi con el casco puesto supe que ya no tenía escapatoria. La escasa estatura de todos los ejemplares me tranquilizó un tanto, al menos no caería desde muy arriba. Nada más situarme sobre su grupa, el potro que me asignaron comenzó a correr por su cuenta, sin hacer demasiado caso de mis órdenes. Estuve a punto de bajarme allí mismo, pero finalmente se decidió a seguir al resto, y poco a poco nos fuimos acostumbrando el uno al otro. A pesar de su pequeño tamaño los caballos islandeses poseen una enorme fortaleza, que mi nuevo amigo puso de manifiesto trepando a buen ritmo por la colina. Y aunque mi temor inicial dio paso a una sensación muy placentera, no me atreví a intentar el tölt, tipo de galope que solo practica esta especie y con el que, según afirman los locales, puedes hasta llevar una taza de café en la mano sin que se derrame ni una sola gota.

2 COMENTARIOS

  1. Yo me siento igual de insegura encima de un caballo jeje
    Es bonito, pero siempre me queda ese temor de: como eche a correr lo voy a flipar!
    Pero me da que con esos paisajes ha de ser bonito el paseo.
    Un saludo

    • A pesar de mis temores iniciales, luego todo fue sobre rueda. Los caballos islandeses son muy majos y al ser pequeñitos no impresionan tanto como otras razas equinas.

      ¡¡¡Muchas gracias!!!

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