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Panamá

Darién (por Jorge Sánchez)

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Todavía hoy está sin finalizar una carretera, llamada la Panamericana, que debe atravesar todo el continente americano, desde Prudhoe Bay en Alaska, hasta Ushuaia en la Tierra del Fuego argentina. Sólo falta por pavimentar un centenar largo de kilómetros de densa selva, los que van desde Yaviza (en Panamá) hasta Chigorodó (en Colombia), que es denominado el Tapón del Darién.

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Encontrándome en la ciudad de Panamá intenté llegar a Colombia, sin tomar un avión, sirviéndome de esa ruta tan famosa, que los ingleses llaman Darien Gap. Pero una vez en Yaviza (ya en el Parque Nacional del Darién) tuve que desviarme hacia la costa siguiendo una ruta alternativa, pues para seguir adelante en línea recta había que sortear numerosos peligros, como son ríos sin puentes para los que se necesita alquilar una barca a las tribus indias allí establecidas, mosquitos transmisores de malaria, serpientes y fieras salvajes. Además, ese tapón está frecuentado por narcotraficantes, terroristas colombianos y contrabandistas de armas. Por otra parte, el llegar a Chigorodó supone un promedio de una semana de tiempo y gastarse varios centenares de dólares americanos entre comida, machete, mosquitera, alquiler de canoas, etc. Retrocedí unos kilómetros y me dirigí a la costa, siempre sin dejar el Parque Nacional del Darién, que tiene una superficie de unos 5.800 kilómetros cuadrados, siendo por lo tanto más grande que las provincias españolas de Cantabria, o La Rioja, y bastante más que todas las islas Baleares juntas.

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Me tomó varios días el alcanzar el litoral caribeño a pie y en canoas cruzando jungla de naturaleza exuberante, ríos de corriente poderosa, zonas pantanosas y manglares, escuchando día y noche sonidos de pájaros raros y de animales sin identificar. Una vez en Puerto Obaldía (aún en Panamá) seguí caminando y crucé unos kilómetros más adelante la invisible frontera con Colombia, hasta que divisé una población llena de barricadas y soldados con los rifles en ristre que parecía estar en guerra. Se llamaba Capurganá, y allí los agentes de emigración me sellaron el pasaporte. Entonces canté victoria: había llegado a Colombia cruzando el Tapón del Darién por tierra, sin necesidad de tomar un avión.

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