MunDandy

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Trinidad y Tobago

Descubriendo un secreto

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La carretera que parte desde Scarborough hacia el norte de Tobago discurre pegada al mar bordeando sinuosamente la costa atlántica de la isla. Tras unos kilómetros, que aunque no deben superar la veintena parecen bastantes más, se llega a la localidad de Roxborough, donde existe una bifurcación que ofrece al viajero la posibilidad de girar hacia el oeste, en dirección a su casi despoblada costa caribeña. Justo antes de internarse en el exuberante interior, y tras recorrer un par de kilómetros por una especie de pista, se alcanza una antigua plantación de café abandonada cuyo terreno comienza poco a poco a ser de nuevo recuperado por una floresta que esconde uno de los secretos mejor guardados en el territorio isleño.

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Con sus más de cincuenta metros de caída, la cascada de Argyle es la más alta y posiblemente la más pintoresca de Tobago. Es una catarata escalonada, con tres tramos de diferente longitud y pendiente. Formada por el desplome a través de un desnivel del terreno que sufre el río del mismo nombre en su ya un tanto vertiginoso descenso hacia el mar, no puede asegurarse que su imagen sea espectacular pero su mimetismo con el entorno boscoso que la rodea garantiza su atractivo. Incrementado además con la posibilidad de darse un refrescante chapuzón en alguna de las pozas que, a modo de piscinas naturales, son creadas por el río Argyle una vez recobra su compostura tras el derrumbe.

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Aunque en teoría es posible llegar hasta la cascada de Argyle por medios propios, es aconsejable hacerlo acompañado por un guía. Hace unos años, bien sea por las intimidaciones sufridas por algunos turistas que llegaban hasta aquel lugar al atardecer, bien para dar un cierto impulso a la un tanto deprimida economía local tras el ocaso de las plantaciones, se puso en marcha una pequeña cooperativa dedicada tanto a mostrar al visitante el entorno que rodea el salto de agua como a la venta de souvenirs a pequeña escala. La tasa de acceso en la actualidad es prácticamente simbólica y, aparte de poder escuchar las interesantes explicaciones de grandes conocedores del terreno, ayuda a la subsistencia de un buen número de familias que no disponen de muchos otros recursos.

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Conducidos por nuestro guía, encaminamos los pasos hacia la cascada a través de una lustrosa floresta. Pendientes siempre de los comentarios de nuestro acompañante, relativos a la abundante fauna y flora que podía apreciarse a nuestro alrededor, llegamos al curso del río Argyle tras una caminata de unos veinte minutos aproximadamente. Teníamos entonces que remontar unos centenares de metros el curso de agua, no demasiado caudaloso debido a la temporada seca en la que nos encontrábamos. Llegamos así a una pequeña piscina natural, excelente para darse un chapuzón que aliviase un tanto la considerable humedad existente en el ambiente. Desde allí, entre una intensa vegetación, podían apreciarse los tres niveles de la cascada de Argyle vertiendo agua ininterrumpidamente río abajo.

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Permanecimos admirando aquel tesoro escondido durante unos minutos antes de desandar el camino de ida. A pesar de ser uno de los lugares más destacables de Tobago, y encontrarnos en plena temporada turística, el número de visitantes se reducía a apenas un puñado, como si la cascada de Argyle se resistiera a mostrar abiertamente sus encantos a la multitud. Mientras caminábamos lentamente de vuelta a la civilización aún tuvimos tiempo de apreciar otras muestras del cuidado ecosistema local, entre las que destacaban diversas aves de colorido plumaje y unos murciélagos de considerable tamaño que dormitaban agarrados al tronco de un árbol. A punto ya de salir del bosque, un caimán se sumergió en una pequeña laguna fangosa a nuestro paso, como pidiéndonos no desvelar el secreto que acabábamos de descubrir.

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