Durmiendo bajo las estrellas
Tuura Suu es una pequeña localidad ubicada a más de dos mil doscientos metros de altura en el interior de Kirguistán. El trayecto hasta ella desde la capital del país, Bishkek, conlleva unas cuatro horas de coche por unas carreteras que en algunos puntos resultan infames. Y probablemente no merecería la pena hacerlo si no fuera por la inmaculada belleza del paisaje circundante. Ubicada en una meseta rodeada por las cumbres frecuentemente nevadas del Tian Shan, los residentes en la población no llegan al millar tirando por lo alto. Cuando comienza el buen tiempo, los locales suelen cambiar sus viviendas estables por yurtas, retomando ese espíritu nómada que llevan indeleblemente marcado en sus genes.
Entusiasmado por la posibilidad de compartir un par de días con los nómadas y dejarme atrapar por la belleza del entorno, encaminé mis pasos hacia Tuura Suu en un vehículo con un conductor local. Pretendía estar por la zona un par de días y aprender lo básico sobre esta forma de vida tan tradicional. Dormiría en una yurta y compartiría mesa y mantel con una familia, esperando que no me pusieran para cenar una cabeza de cordero, que es la manera con la que los kirguises agasajan a sus invitados en ocasiones. Decidí rechazar actividades propuestas como montar a caballo o realizar un trekking por las montañas cercanas y me limité a imbuirme de la tranquilidad que se respiraba en tan bucólico lugar.
Los kirguises son un pueblo originario de Siberia, como lo prueba fielmente su aspecto. Durante el siglo VII se desplazaron hacia el sur en busca de mejores condiciones de vida, estableciéndose en las montañas que hoy conocemos como Tian Shan. Al contrario de lo que suele pensarse, los aproximadamente cuatro millones de personas que componen la etnia en la actualidad no viven solo en Kirguistán, sino que existe una importante minoría en China. El paso de los siglos no ha conseguido acabar con sus tradiciones, entre las que sobresalen el nomadismo, el consumo de un pan conocido como jupka, el uso de los sombreros denominados ak-kalpak y elechek, así como la fabricación de las alfombras apodadas ala-kiyiz y shyrdak. También mantienen en buena medida sus tradiciones animistas, aunque muchos de ellos se han convertido al Islam.
Esas tradiciones animistas a las que hacía referencia se ponen de manifiesto en lugares como el cementerio de Tuura Suu, donde un evidente sincretismo religioso flota en el ambiente. Decidí encaminar mis pasos hacia ese lugar con el fin de comprobarlo por mí mismo y debo decir que no salí decepcionado de allí. Además de su pintoresquismo, numerosos símbolos relacionados tanto con el animismo como con el Islam, e incluso con las costumbres soviéticas adoptadas en el pasado, dejan boquiabierto al visitante. Para completar la visita, el entorno es de lo más atractivo y el silencio que envuelve al camposanto resulta casi abrumador.
Pero lo que atrae a un número creciente de visitantes hacia lugares como Tuura-Suu es, sin duda, la posibilidad de pasar la noche en una yurta. Son éstas una especie de tiendas de campaña tradicionales, fabricadas a mano y usadas por los nómadas kirguises y kazajos desde tiempos inmemoriales. Están compuestas por una estructura de madera, que se recubre mediante paños de fieltro fijados a ella con correas. En el punto más alto siempre existe un círculo abierto al que se denomina tundyuk. Puesto que debían ser montadas y desmontadas a diario, su instalación resulta en cierto modo sencilla y son bastante fáciles de transportar. Cuando me dispuse a conciliar el sueño en la yurta que me fue asignada, pude experimentar la impagable sensación de que nada se interponía entre mí y las estrellas.