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El más grande

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Algunos apuestan por Gengis Khan, el formidable caudillo que extendió el Imperio mongol hasta más allá de los Urales. Otros por Ciro el Grande, creador del Imperio persa, el más vasto conocido hasta entonces. La mayoría lo hace por Alejandro Magno, que llevó a sus huestes macedonias hasta Egipto y la India, conquistando todo lo que se le ponía por delante. Los menos por Tamerlán, feroz líder turco-mongol que en apenas dos décadas se hizo con unos ocho millones de kilómetros cuadrados entre el Cáucaso y la India. Muchos por el español Felipe II, en cuyos dominios no se ponía nunca el sol. Unos pocos por su hijo, Felipe III, a quien corresponde el honor de crear el Imperio más grande jamás conocido. Pero para mí, el emperador más poderoso que vieron los tiempos fue Trajano.

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Marco Ulpio Trajano nació en Itálica a mediados del siglo I. Aunque no existen demasiados datos sobre su infancia y juventud, resulta probable que su familia fuera de origen turdetano, pueblo íbero presuntamente descendiente de los tartesos. Eligió la carrera militar y, aunque no está claro cuando dio el salto a Roma, fue ascendiendo en el escalafón al servicio del emperador Domiciano. Tras la muerte de éste, se produjo la llegada al poder del poco carismático Nerva, quien, tras una revuelta, muy pronto le cedió el mando. Sucedía esto en el año 98 y Trajano comenzó a poner en práctica su idea de expandir el Imperio con la invasión de Dacia tan solo tres años más tarde. A pesar de la fuerte resistencia del caudillo Decebal, las legiones romanas se hicieron con el control de Sarmizegetusa, la capital dacia, y se extendieron por la actual Rumanía, llegando hasta la orilla del Mar Negro.

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No se quedaron ahí las ideas expansionistas de Trajano y muy pronto puso el punto de mira en el reino nabateo, que ocupaba la actual Jordania, parte de Siria y la península del Sinaí. Mucho menos fieros que los dacios, los nabateos eran un pueblo nómada cuya época de esplendor hacía tiempo que había transcurrido. Debido a ello, y a la muerte de su último rey, no opusieron demasiada resistencia a las tropas romanas, que, bajo la dirección de Aulo Cornelio Palma, cónsul de Siria en la época, se anexionaron su territorio. Trajano convirtió a Petra, la capital nabatea, en metrópoli y la hizo base militar para afrontar su siguiente objetivo: Partia. La campaña comenzó hacia 113 y, comandadas por él mismo, sus legiones conquistaron Susa, antigua población situada en el actual Irán, tres años más tarde. En ese momento el Imperio Romano alcanzó su máxima extensión, hecho que no pudo ser celebrado por el emperador, quien falleció en Cilicia cuando volvía a Roma tras sentirse indispuesto.

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Aunque Trajano destacó fundamentalmente en su vertiente militar, campo en el que fue prácticamente imbatible, no deben menospreciarse otros aspectos de su personalidad. Austero, serio, ortodoxo, nada dado a los excesos y los escándalos tan habituales en los emperadores romanos, fue un reconocido filántropo y mecenas. Con la inestimable ayuda de su fiel Apolodoro, uno de los arquitectos más grandes de la Humanidad, amplió Roma y la dotó de numerosos servicios públicos. Reconstruyó el Circo Máximo llevándolo a alcanzar una capacidad de ciento cincuenta mil espectadores, algo increíble para la época. De la mano del propio Apolodoro, construyó un espectacular puente de más de un kilómetro de longitud sobre el Danubio, que fue el más largo del mundo durante más de un milenio. También ordenó edificar, esta vez encargando las obras a Gaius Julius Lacer, el extraordinario puente de Alcántara, una de las construcciones romanas que en mejor estado han llegado hasta nuestros días.

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De la cercanía de Trajano hacia sus súbditos se cuentan varias anécdotas. Sobre la puerta de su vivienda ordenó escribir Palazzo Pubblico, de forma que cualquier ciudadano pudiera entrar libremente a expresarle sus quejas. Una de sus frases más célebres es Trato a todos como me gustaría que el emperador me tratara a mí. Hasta los habitantes de los territorios por él conquistados lo adoraban, como lo prueba el hecho de ser mencionado con honores en el himno de Rumanía y que Traian sea un nombre de pila habitual en este país orgulloso de ser latino gracias a él. Lamentablemente, no parece suceder lo propio en su ciudad natal. Apenas una estatua heroizada, cuyo original se conserva en el Museo Arqueológico de Sevilla, y un busto realizado en 1953 para conmemorar el aniversario número mil novecientos de su nacimiento recuerdan su figura. Parece que, al igual que suele ocurrir con los más grandes, Imperator Caesar Divi Nervae filius Nerva Traianus Optimus Augustus Germanicus Dacicus Parthicus nunca fue profeta en su tierra.

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