«Verás que todo es mentira
Verás que nada es amor
Que al mundo nada le importa
¡Yira, yira!

Aunque te quiebre la vida
Aunque te muerda un dolor
No esperes nunca una ayuda
Ni una mano, ni un favor» (Discépolo)

Enrique Santos Discépolo, seguramente su mayor representante, definió al tango como un pensamiento triste que se baila. Tuviera razón o no el gran compositor, no cabe duda de que en este género musical rioplatense cobran especial relevancia tanto la nostalgia como el baile. Gestado durante la segunda mitad del siglo XX en Buenos Aires y Montevideo, sus orígenes están imbricados con el tango andaluz, la habanera cubana y el candombe, entre varios otros. En su expresión poética tiene una influencia fundamental el lunfardo, jerga originada y desarrollada en las ciudades portuarias del Río de la Plata, especialmente en la capital bonaerense. En lo relativo a su interpretación resulta esencial el bandoneón, sin descartar instrumentos como la guitarra acústica, el violín, el contrabajo y el piano. Aunque era muy diferente en sus inicios, con el devenir del tiempo desarrolla una enorme magnitud el baile, fundamentalmente a partir de la segunda mitad del siglo XX. Compositores como Discépolo, Le Pera, Cadícamo o Piazzolla e intérpretes como Corsini, Del Carril, Goyeneche y, por supuesto, Gardel llevaron al tango a límites insospechados que esperemos no queden en el olvido.