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Castilla y León

En busca del tambor perdido

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Respetado por su pueblo y temido por sus enemigos, Muammad ibn Abu Amir al-Maafirí fue un caudillo de enorme poder en su tiempo. De familia noble, fue ascendiendo poco a poco en la jerarquía del califato de Córdoba, siempre inspirado por una enorme astucia que le hacía intrigar cuando era necesario y aliarse con quien era conveniente. Así, hasta llegar a convertirse en valido del joven califa Hisham II, sobre quien tenía tal ascendencia que le era permitido manejar a su antojo los entresijos de la Corte. Hombre de ferocidad extrema, pero a la vez dotado de una enorme cultura y sensibilidad, fue conocido en su tierra como al-Mansur billah, que puede traducirse como el victorioso de Alá. Calificativo que sus enemigos cristianos, entre quienes despertaba autentico terror, simplificaron como Almanzor.

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Finalizaba el primer milenio de nuestra era cuando los páramos sorianos servían como tierras de frontera, donde se libraban cruentas batallas entre musulmanes y cristianos por la posesión del territorio. Seguramente fue en aquella época cuando la villa de Calatañazor adquirió su nombre actual, que muy posiblemente derive de las palabras árabes qalat al-nusur, es decir castillo de los azores. O quizás ese ave al que hace referencia el término sea el buitre, con lo que estaría relacionado con la palabra Voluce, nombre de un asentamiento arévaco previamente allí situado y que tenía ese significado. No se tiene constancia de que el castillo que todavía preside la población existiera ya en aquellas fechas, aunque restos de indudable procedencia árabe hacen pensar que es muy posible que así fuera.

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Lo que entonces era una localidad de tamaño reducido fue cobrando vida en los siglos venideros, especialmente a partir de que en la Edad Media pasara a manos del linaje de los Padilla. De la importancia que alcanzó da idea el hecho de que, según diversas fuentes, la villa llegó a tener hasta once iglesias en algún periodo de su historia. De todas ellas solo permanecen en pie hoy día el templo parroquial de Santa María del Castillo que, aunque románico en su origen, sufrió una seria reforma en el siglo XVI, lo que explica su aspecto gótico. Más austera se presenta la ermita de la Soledad, situada a las afueras del pueblo y que muestra algunos motivos puramente románicos. Y no lejos de ella pueden verse las ruinas de lo que fue la iglesia de San Juan Bautista, de la que prácticamente queda solo su portada.

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Como tristemente ha ocurrido con numerosas localidades castellanas, Calatañazor fue paso a paso perdiendo fuste hasta quedar prácticamente en el olvido. Por suerte, el siempre tan denostado turismo fue el artífice de que sus escasos habitantes, poco más de cincuenta en la actualidad, no abandonaran su tierra para siempre. La afluencia creciente de visitantes contribuyó a que germinaran diversos negocios, permitiéndoles satisfacer sus necesidades. Sus encantadoras casas de entramado de madera, algunas tocadas con las tradicionales chimeneas de forma cónica, fueron sometidas a un impecable proceso de restauración. Y la pintoresca plaza de la villa, con su rollo medieval, los restos del castillo y sus construcciones soportaladas, volvió a desprender ese aroma que nunca debió perder.

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Hasta se erigió un busto en honor al paisano más ilustre de la villa, a pesar de que jamás residiera en ella ni existen pruebas de que la pisara alguna vez. De acuerdo con la tradición, volvía Almanzor de una de sus victoriosas campañas por tierras norteñas cuando fuerzas cristianas, al mando del conde Sancho García, atacaron a sus tropas y lo hirieron de muerte en las cercanías de Calatañazor, feneciendo pocos días más tarde en la vecina localidad de Medinaceli. Todo parece indicar que esto no es más que una leyenda y que el imbatible caudillo musulmán falleció en realidad de muerte natural, debido a su avanzada edad. Pero en el espíritu castellano siempre permaneció el recuerdo de tamaña hazaña, que aún se celebra mediante la repetida sentencia Calatañazor, donde Almanzor perdió el tambor. Y emulando a Orson Welles, que eligió esta histórica población para rodar parte de una de sus películas, no pude evitar pasarme un día por allí a buscarlo.

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