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Grecia

Monte Athos (por Jorge Sánchez)

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En 1984 realicé un viaje de diez días a diez monasterios del Monte Athos. Varios amigos peregrinos que hice en él me mandaron meses más tarde las pocas fotos que poseo, en papel, que muestro aquí. A pesar de los muchos años transcurridos, ese viaje permanece en mi memoria como uno de los más íntimos de mi vida. De los veinte monasterios allí existentes, diecisiete son griegos, uno es búlgaro, otro es serbio y otro es ruso. Cada monasterio es una maravilla y contiene tal cantidad de regalos de Reyes y Emperadores, gemas preciosas únicas en el mundo, frescos primorosamente acabados, una incalculable cantidad de iconos centenarios dibujados con maestría infinita, lámparas de oro macizo, manuscritos antiguos, Biblias de los primeros cristianos, cálices y otras reliquias, etc., además de una arquitectura asombrosa. Si se multiplican por veinte todas estas riquezas, los tesoros que alberga el Monte Athos están más allá de la imaginación. Desde Ouranopolis, cada mañana zarpa una gabarra hacia el puerto de Dafne. A pie no está permitido viajar. Una vez que atraviesas el control mostrando tu diamonitirion (permiso de entrada al Monte Athos) puedes abordarla. Al arribar a Dafne hay que proseguir hasta Kariai, o Karies, donde de nuevo hay que presentar el permiso a las autoridades religiosas y al prefecto o representante del Gobierno Griego.

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A lo largo de su historia el Monte Athos ha sufrido depredaciones de piratas, sobre todo árabes y turcos, pero los peores latrocinios y de los que peor recuerdo guardan los monjes hasta el día de hoy, son de los almogávares, esa banda de forajidos de la Corona de Aragón (aunque hay que decir como descarga nuestra que prácticamente ninguno de esos almogávares era aragonés propiamente, sino mercenarios europeos y algún catalán que otro), asesinos sin escrúpulos que durante sus fechorías mataban a mujeres embarazadas y bebés de pecho, en el Monte Athos degollaron a indefensos monjes y pillaron los monasterios para después llevarse a Barcelona como botín los tesoros robados a sangre y fuego. El cabecilla de esa pandilla de almogávares era el mercenario y pirata de origen alemán Roger de Flor (que para más inri tiene una calle con su nombre en Barcelona), que fue asesinado en Andrinópolis (actual Edirne, en Turquía). A los almogávares, para vengarlo (lo que se conoce en la Historia como «la furia catalana»), no se les ocurrió otra cosa que saquear los monasterios del Monte Athos degollando a sus indefensos monjes y robando todo el oro que pudieron encontrar. Pero lo que quemaron y destruyeron era todavía más valioso que las toneladas de oro y joyas sagradas que se llevaron al puerto de Barcelona. En el monasterio de Vatopediou mataron al abad y asesinaron a diez monjes. El Monasterio de San Pablo fue también destruido en 1309 por ellos, y quemaron completamente los monasterios de Constamonetou y Zographou. En todos ellos torturaban hasta la muerte a los monjes para que dijeran donde habían escondido más oro.

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Las caminatas son gratas; cruzas gargantas, playas, selva frondosa, y se observan muchas flores salvajes por doquier, pinos en lugares insospechados, hay cantos de pájaros, el murmullo del viento, y las mariposas te persiguen. Generalmente entre monasterio y monasterio hay una caminata de 5 a 6 horas yendo despacio, disfrutando el paisaje montañoso, realizando paraditas para absorber el néctar y la ambrosía que ese mágico sendero rezuma.

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Tan pronto como arribas a un monasterio has de dirigirte al encargado de acoger al visitante, quien primero te invitará a un ouzo con unos dulces llamados «baklava», te explicará los horarios de los servicios religiosos y del refectorio, y te mostrará el Katholikon, o interior más íntimo y sagrado de la iglesia en el centro del monasterio, que se llama Kyriako, y es el foco de reunión de los monjes los domingos para compartir las albricias. A continuación te mostrará tu habitación, que es tipo celda, donde puedes dormir una sola noche. Recuerdo como si fuera ayer la impresión que me produjo la primera vez que me fue mostrado mi cuarto en el Monasterio de Simono Petras, entré y ¡Dios mío qué emoción! ¡Aquello era de una belleza extraordinaria, superando la visión del Palacio del Potala en Lhasa! La celda que me asignaron tenía las vistas al mar y se encontraba en un piso muy alto de ese escarpado monasterio erigido sobre rocas poderosas. Durante el yantar un monje recita en voz alta fragmentos de la Biblia (como en el Monasterio navarro de Leyre) y para beber te sirven vino. Todo es gratuito en el Monte Athos. El dinero está considerado un material vil.

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En uno de los monasterios donde pernocté experimenté fricción entre un monje y yo. Al preguntarme de dónde procedía de España contesté que era de Barcelona, porque de haber dicho que era de un pueblo llamado Hospitalet de Llobregat él no habría sabido dónde quedaba. Pero el monje, visiblemente molesto, me recriminó:

– ¡Catalán! ¡Eres catalán, los catalanes asesinaron a sangre fría a nuestros monjes y destruyeron varios de nuestros monasterios, sois gente de lo más vil que ha dado la Humanidad!

Temí que me echara del monasterio, como me consta que han hecho con algunos barceloneses en el Monte Athos. No lo hizo conmigo, pero ya no me dirigió más la palabra, y desviaba la mirada cuando pasaba junto a mí. Yo era celtíbero, con todos mis antepasados descendientes de esas nobles y milenarias tribus, dueños de nuestra Península Ibérica, desde los Pirineos al estrecho de Gibraltar, y no tenía nada que ver con esos seres inmundos, aunque haya nacido junto a una ciudad de donde partían las naves de esa escoria humana. Probablemente, por un catalán y un aragonés entre esos criminales habría varios mercenarios alemanes e italianos, por lo que culpar sólo a los barceloneses lo veía muy injusto. Pero lo peor era comprobar que al lado de mi pueblo, Hospitalet de Llobregat, hay una ciudad más grande llamada Barcelona, y allí he visto una calle cuyo nombre está dedicado a esos criminales, que hoy serían buscados como terroristas por la comunidad internacional y ejecutados, como enemigos de la Humanidad que eran.

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Tras Simono Petras caminé a Dyonisios, proseguí hacia Grigoriou, luego a Philotheou y aun a Stravronikita. Mi intención era visitar los veinte monasterios del Monte Athos durante veinte días, pero el día décimo de mi peregrinaje, encontrándome en el monasterio más grande, Magisto Lavra, un suceso infausto aconteció: un desalmado caco había robado la noche anterior un antiguo icono de uno de los monasterios. Enormemente consternados por el hurto el Consejo de Abades había decidido interrumpir la llegada de nuevos visitantes hasta que no se averiguara su paradero. Los que estábamos ya allí fuimos «invitados» a dirigirnos en un plazo de 48 horas a Ouranopolis para una inspección. Tenía un último día a mi disposición y elegí visitar un monasterio extranjero, es decir, no griego. Descarté el búlgaro y el serbio, y me dirigí al ruso, llamado San Panteleimonos. Ese monasterio fue otro de mis preferidos. Sus cúpulas eran de estilo bizantino y sus monjes eran todos rusos. Algunos procedían del Monasterio de Sergei Posad, cerca de Moscú, otros de la isla de Valaam, en el interior del Lago Ladoga, y un archimandrita era originario de los monasterios de las Islas Solovietskiye, cerca de Arjanguelsk, en el Mar Blanco. Una de las características de San Panteleimonos es su enorme campana, de 15.000 kilos, que está considerada la segunda de más peso del mundo. El día de mi partida a Ouranopolis sentí un gran vacío y mi corazón se afligió. Intuía que esos diez días eran irrepetibles. Y aunque seguí viajando durante las temporadas que mi trabajo de friega platos en la Costa Brava me permitía a lugares exóticos y conocí a mucha gente admirable además de contemplar innumerables prodigios de la Naturaleza, nunca más en mi vida volví a experimentar una satisfacción interior tan profunda como esos diez días en el Monte Athos.

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