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Benín

Ofidios sagrados

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En la beninesa ciudad de Ouidah se halla uno de esos lugares que es difícil creer que existan en la realidad si no tienes oportunidad de verlos con tus propios ojos. Allí, en una especie de pequeño cobertizo con forma de chozo, decenas de serpientes se acumulan en el espacio disponible tal y como si de un hotel para reptiles se tratara. Y aunque los numerosos ofidios, todos ellos del género pitón, tienen en esa cabaña su lugar de residencia, no es exactamente una posada tal sitio sino algo aún más sorprendente: un templo. Un extrañísimo espacio de culto, con su improvisado altar, sus sacerdotes y por supuesto sus fieles, que hasta allí se acercan para venerar a las que llaman pitones sagradas.

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Ya habíamos vivido experiencias curiosas aquel viaje cuando llegamos a Ouidah, pero visitar el templo de las pitones fue seguramente la más interesante de todas. Al menos para mí, pues a mi acompañante no le hacen gracia los reptiles y no las tenía todas consigo. Se limitó, por consiguiente, a echarle un vistazo desde la puerta de entrada mientras yo accedía al interior con los ojos abiertos como platos. Numerosas serpientes yacían en el suelo, dando la sensación de estar inmóviles la mayoría de ellas pero haciendo notar su presencia si te acercabas demasiado. Las paredes del recinto están cubiertas por pinturas murales que representan imágenes relacionadas con el culto a estos seres, bastante generalizado en la zona.

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Y es que los fon, etnia predominante en la parte sur de Benín, piensan que las pitones traen prosperidad y buenas cosechas e incluso las consideran reencarnaciones de sus antepasados. Las serpientes viven en la cabaña cuidadas por sus sacerdotes, que se encargan de proveerlas de todo lo necesario, aunque habitualmente las puertas del templo están abiertas y los ofidios entran y salen a su antojo. Toda la población está acostumbrada a ellas y nadie las molesta ni, por supuesto, les causa daño alguno. Al contrario, cuando alguien se cruza con uno de estos reptiles lo saluda con respeto, como si se hubiera encontrado con alguien conocido.

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Durante mucho tiempo Ouidah fue el único puerto marítimo en el actual territorio de Benín, y allí llegaban unos trescientos años atrás numerosas embarcaciones que se encargaban del horrendo tráfico de seres humanos sufrido por el continente africano. Los esclavos eran hacinados en una serie de fuertes y, antes de partir, obligados a dar vueltas al llamado árbol del olvido con el fin de que se desprendieran del recuerdo de sus hogares. Cuando el buque negrero estaba listo debían caminar varios kilómetros hasta la costa, desnudos y en condiciones inhumanas, desde donde eran llevados hasta las bodegas en lanchas. Allí, en el último pedazo de tierra africana que pisaban en su vida, se ha erigido la denominada puerta del no retorno en su memoria.

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A pesar de ser un país donde la mayoría de la población conserva fuertes creencias animistas, éstas conviven sin problemas con religiones importadas como consecuencia del proselitismo exterior. Prueba de ello es la iglesia católica que se levanta en las proximidades del templo de las pitones, junto a la que los ofidios sagrados pasan sin ser incomodados al salir en busca de comida. Cuando se acercaba el momento de abandonar tan exótico escenario no pude resistir la tentación de colocarme una de las serpientes alrededor del cuello, tratando de no importunarla demasiado. Más que por miedo a su reacción, para no hacer pasar un mal rato a algún posible ancestro africano cuya alma esa pitón pudiera encarnar.

2 COMENTARIOS

    • A mí las serpientes me han gustado desde siempre también. Y éstas en concreto eran encantadoras además de sagradas. 🙂 Benín es un país al que calificaría de insólito, nunca he estado en ninguno igual.

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