Acometí la visita al Parque Nacional de los Picos de Europa en el transcurso de mi peregrinaje a pie al Monasterio de Santo Toribio de Liébana (el denominado Camino Lebaniego). Lo había iniciado el día anterior desde el refugio de peregrinos de San Vicente de la Barquera, llegando al monasterio al día siguiente tras pasar la noche previa en Cabañes. Durante mi caminata admiré la majestuosidad del macizo montañoso, además de su naturaleza con sus valles, lagos, ríos y poblados encantadores que databan del primer milenio, como Cades, o también Potes con su espectacular Torre del Infantado. Precisamente en Potes coincidí con otro peregrino muy simpático con el que proseguiría el peregrinaje hasta el monasterio. Era un ibicenco muy entusiasta y cada dos por tres se paraba a hacer fotografías de los Picos de Europa, exclamando en el idioma ibicenco: ‘¡Mare meva, quina bellesa!’ (¡Madre mía, qué belleza!).

Una vez que alcancé el Monasterio los frailes franciscanos me mostraron el fragmento de la Lignum Crucis (Leño de la Luz), el más grande que se conserva de la cruz original de madera en la que los romanos crucificaron a Jesucristo. Tras ello me ofrecieron alojamiento en un albergue más abajo, al lado de la carretera, pero no en el interior del monasterio, como a mí me hubiera gustado.

Tanto me complació el entorno del lugar que a la mañana siguiente, en vez de retroceder a las costas del mar Cantábrico, empleé un día más para seguir adentrándome en el Parque Nacional hasta disfrutar de una visión más cercana del emblemático Naranjo de Bulnes, de algo más de 2.500 metros de altura. Tras ello me sentí satisfecho y me marché a la costa para seguir peregrinando, esta vez a lo largo del Camino del Norte hasta Santiago de Compostela.