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República Dominicana

Santo Domingo (por Jorge Sánchez)

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Era el año 1983 y al aterrizar en Santo Domingo me dirigí al centro de la ciudad donde alquilé en el malecón un cuarto en un hotel donde permanecería dos semanas, tiempo durante el cual debía gestionar diversos visados para la prosecución de mi viaje a otros países americanos como, entre otros, Haití y Estados Unidos de América.

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La República Dominicana, aunque la encontré un país bastante pobre, sus gentes mostraban semblantes felices. La capital, Santo Domingo, parecía una ciudad española por sus edificios del centro histórico que databan de los tiempos cuando el país perteneció a España. Me encantaba deambular sin rumbo por la calle peatonal El Conde, entrar en el Fuerte de la Concepción, en la Casa de Hernán Cortés, admirar la estatua de Cristóbal Colón…, pero mi lugar favorito para observar la vida en la ciudad era una cafetería sin puertas que estaba abierta las 24 horas del día, donde conocí a mucha gente pintoresca amiga de la noche, como granujas de todo tipo, guías turísticos, pintores, bohemios varios, mozas de vida alegre, cantantes, jugadores de ajedrez, inmigrantes haitianos, amigos de la botella, etc. Allí un nativo me contó que, de entre todas las islas, Cristóbal Colón escogió La Española para vivir por ser la más bella del Caribe. Y era verdad, aunque en el Caribe la isla que se visita último parece más hermosa que la anterior.

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Durante esas dos semanas realicé excursiones a ciudades del país, como Santiago de los Caballeros y Puerto Plata. Pero lo que más me interesó fue estudiar en Santo Domingo si en la Basílica Catedral de Santa María de la Encarnación (la primera construida en toda América) la tumba de Cristóbal Colón se hallaba en ella. Tras hablar con varias personas de la catedral sobre ello, como fueron el párroco y varios monaguillos a quienes compraba cirios, y hasta con la mujer de la limpieza, al final y gracias a ellos deduje que no; la tumba del almirante yació primero en Valladolid, donde falleció, después en el Monasterio de la Cartuja de Sevilla, luego en Santo Domingo, desde donde se trasladó a La Habana, y tras la pérdida de Cuba se depositó en la catedral de Sevilla. Cuando obtuve mi visado para Estados Unidos de América y comprobé que, definitivamente, no me iban a conceder un visado para entrar a Haití por tierra, acabé comprando un billete de avión y volé a su capital Port-au-Prince (Puerto Príncipe).

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