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España

Tarragona (por Jorge Sánchez)

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Como Tarragona es una ciudad española muy cercana a mi pueblo (Hospitalet de Llobregat), he tenido oportunidad de visitarla por tren y autobús en varias ocasiones. La vez que más me preocupé por conocer a fondo los vestigios romanos, incluso acercándome a ver el acueducto romano, o puente del diablo (adonde me llevó un amigo en coche), ocurrió en el año 2014. Tras el puente del diablo aparcó el coche en el interior de las murallas, justo frente a una estatua representando al Apóstol San Pablo, en cuyo pedestal se leía: El hombre que ha ejercido la máxima influencia en la historia universal. Y en otro lateral de la escultura estaba escrito: Al Apóstol San Pablo en el XIX centenario de su venida a España y de su estancia en Tarragona. MCMLXIII. Ello ya ponía al turista sobre aviso de que se encontraba en una ciudad dos veces milenaria. Tarraco fue la capital de la Tarraconense y en sus tiempos de máximo esplendor abarcaba alrededor de un 60 por ciento del territorio de la Península Ibérica.

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Aunque no se halla dentro del sitio UNESCO, visitamos de todos modos la catedral de Santa Tecla, que se hallaba justo detrás del aparcamiento, y pagamos para entrar en su claustro, lo que valió la pena. Tras ello mi amigo cicerone (que es sueco pero vive en Tarragona, ciudad que ama y conoce a la perfección) me mostró los vestigios romanos de la ciudad, algunos de los cuales, como restos de murallas, se hallan en la misma calle, a la intemperie. Lamentablemente, los restos romanos no estaban en óptimas condiciones de preservación. A efectos de comparación, la ciudad romana de Mérida se halla en mejor estado y produce un mayor efecto. Pasamos junto al circo y otros vestigios arqueológicos, y una vez llegados al anfiteatro, con una visita soberbia del mar Mediterráneo, dimos por finalizada la visita turística a pie, que nos había tomado unas 3 horas.

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Nos dirigimos entonces al Museo Arqueológico Nacional de Tarragona para mejor conocer la historia romana de la ciudad, y después, como colofón, almorzamos en un restaurante muy acogedor del casco antiguo, cuyas paredes y arcos databan del siglo XVI y habían formado parte del palacio de un abad del monasterio de Poblet.

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