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Cuba

Una playa legendaria

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Si hay un lugar que identifique a esa zona de América Central que habitualmente llamamos el Caribe, si existe una imagen que represente de manera genuina la blanca arena en contacto con un mar de profundo azul turquesa, si es posible encontrar una playa que a todos traiga evocaciones idílicas, lo es, sin duda, la de Varadero. Situada en una estrecha península, que se interna en el mar a lo largo de una veintena de kilómetros delimitando por el norte la bahía de Cárdenas, su fina arena se extiende de manera casi interminable hasta dar la sensación de fundirse con el horizonte, en una aparente monotonía tan solo rota por la pétrea figura de algún hotel. Con diferencia la playa más conocida y visitada de Cuba, Varadero es todo un estandarte para el turismo de la isla y supone una considerable fuente de ingresos para un pueblo muy necesitado de ellos.

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Irónicamente, la playa más famosa del Caribe no está bañada por las aguas de ese mar, sino por las del Océano Atlántico. Localizada en la península de Hicacos, el punto más septentrional de la isla cubana, Varadero debe su nombre al hecho de que algún lugar de la zona fuese usado como embarcadero por los españoles ya en el siglo XVI. Parece ser que en la mencionada península existían numerosas salinas en aquella época, y allí se aprovisionaba buena parte de la flota hispana en América. Con el tiempo el interés por este lugar fue decreciendo, quizás por ser considerablemente boscoso y abundante en mosquitos, lo que impidió varios intentos de asentamiento. Hasta que a principios del siglo XX diversos lugareños de la vecina ciudad de Cárdenas decidieron establecer allí lo que ahora muchos llaman segunda vivienda, con el fin de pasar sus vacaciones en aquel sitio todavía inhóspito.

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Algunos años más tarde un visionario, instaurador de un precedente en el turismo de sol y playa, se aventuró a construir allí un hotel. El negocio debió resultar redondo pues poco después comenzaron a proliferar este tipo de establecimientos, especialmente desde comienzos de la década de los años treinta del siglo pasado. Fue entonces cuando un multimillonario, heredero de la fortuna Dupont, se hizo con buena parte del terreno y comenzó a urbanizarlo con fines turísticos. El éxito fue inmediato y muy pronto Varadero empezó a ser punto de encuentro de la alta sociedad estadounidense de la época. Los gringos, como son conocidos en la jerga local, adinerados empezaron a dejarse ver por la península y hasta el mismísimo Al Capone se construyó una mansión en el lugar, aunque parece que sus fines eran más bien contrabandísticos que puramente vacacionales.

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Con la caída del dictador Batista, Varadero dio un cambio radical. Los gringos desaparecieron como por ensalmo y el lugar dejó de ser centro de atracción turística durante un par de décadas. Hasta que, a comienzos de los años ochenta del siglo XX, las autoridades cubanas intuyeron que no debían dejar de lado los beneficios que el turismo podía aportar a su maltrecha economía y poco a poco fueron dejando paso a los visitantes extranjeros. Poco o nada quedaba de los hoteles anteriores a la revolución, así que se permitió la entrada a cadenas internacionales, fundamentalmente europeas, que comenzaron a poner en marcha nuevos establecimientos, muchos de ellos de lujo. Desde entonces, el turismo ha vuelto en masa a Varadero y se estima que más de un millón de personas visitan anualmente su playa.

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Hace ya casi un cuarto de siglo que mis pies pisaron por vez primera la arena de Varadero. En aquella época la crisis golpeaba fuertemente a Cuba y la economía nacional estaba por los suelos, lo que se traducía en cierto desánimo hasta para la siempre entusiasta población local. No eran, por tanto, los mejores tiempos para salir de vacaciones, pero aun así todos los paisanos con los que hablé sobre el tema coincidieron en que Varadero era la mejor playa de la isla con mucha diferencia. Destacaban ellos su arena blanca y fina, la tranquilidad de sus aguas color turquesa y el hecho de disponer de una transición suave para internarse en el mar. A estas virtudes, que tuve la oportunidad de comprobar in situ, yo añadiría su escasa masificación, derivada de una longitud casi inacabable que siempre permite encontrar zonas desiertas. Y, por supuesto, ese agradable cosquilleo en el estómago que produce el estar disfrutando de una playa auténticamente legendaria.

2 COMENTARIOS

  1. Varadero sigue siendo el mismo lugar de aguas turquesa y arena infinita. Algo masificado en cuanto a construcciones hoteleras, pero siempre con espacio suficiente en la arena. Lo que a mi más me sorprendió (estuvimos el pasado agosto) fue descubrir que apenas se podían encontrar extranjeros. Me habían vendido Varadero como una playa dónde no había nada que ver salvo extranjeros tomando el sol y resultó una playa viva y llena de cubanos de vacaciones, en un número tan grande que diluían a los extranjeros que la habían elegido como lugar de vacaciones.

    • Cuando yo estuve, había algunos españoles e italianos, pero la inmensa mayoría de la gente eran cubanos que pasaban allí sus vacaciones. Lástima que entonces Cuba estaba pasando una crisis y algunos de los que conocí me escribieron luego contándome que no podrían volver el año siguiente. Me alegra que esto haya cambiado y los cubanos vuelvan de nuevo a pisar la arena de Varadero.

      Muchas gracias por tu comentario.

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