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Filipinas

Banaue (por Jorge Sánchez)

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Hacía un calor tan pegajoso en Manila que una viajera local y yo decidimos durante una semana subir al norte de la isla de Luzón, a las ciudades sobre montañas, donde la temperatura era más soportable. Primero abordamos un autobús a Baguio, ciudad que, como amante del ajedrez, me traía recuerdos de un campeonato mundial de ese juego-ciencia allí celebrado en el año 1978, entre los rusos Kárpov y Korchnói.

Un día en Baguio fue suficiente, los otros seis los empleamos de este modo: los dos primeros en Bontoc, y los últimos en Banaue, sitio este donde encontramos más interés y atracciones turísticas con danzas nativas. Banaue fue lo que más nos cautivó. Allí el escenario era único, y en sus alrededores moraban en cabañas primitivas los Ifugaos, quienes nos acogían con la mayor hospitalidad. El paisaje estaba adornado por cocoteros, y la vegetación era exuberante. Cada montaña estaba aprovechada para el cultivo del arroz; desde la distancia las terrazas daban la sensación de ser escalones para subir al cielo.

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El genio humano no sólo ha ideado ese sistema de cultivar arroz en las montañas en el norte de la isla de Luzón desde hace milenios; meses atrás, aún en ese mismo viaje, había visto unas montañas parecidas en la provincia china de Yunnan, y meses más tarde también observaría terrazas de arroz en la isla de Bali. Curiosamente, esos tres sitios: Arrozales en terrazas de las cordilleras de Filipinas (en Filipinas), Paisaje cultural de los arrozales en terrazas de los hani de Honghe (en China) y Paisaje cultural de Bali: el sistema subak como expresión de la filosofía Tri Hita Karana (en Indonesia), se hallan incluidos en la lista de patrimonios mundiales de UNESCO.

Durante esos días hacíamos excursiones por los alrededores, visitando puentes colgantes o poblados primitivos de Ifugaos, cuyos habitantes vivían sin hacer uso de las ventajas de la civilización. Aunque era el año 1982, ya había en esos tiempos muchos visitantes extranjeros en Banaue y otros lugares vecinos con terrazas de arroz, pues acababan de salir al mercado unas nefastas «guías turísticas» en inglés que utilizaban los turistas como si fueran la Biblia, y llevaban un título algo así parecido como a un planeta que no tiene amigos y siempre está solo. Mi amiga y yo cuando veíamos a esos turistas extranjeros con esas «guías turísticas» en la mano, evitábamos hacer amistad con ellos. En cambio, hicimos muchos amigos entre los filipinos.

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