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Principado de Asturias

Creando estilo

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Ramiro I fue un efímero rey asturiano que hubo de lidiar con numerosas vicisitudes en su corto pero agitado mandato. Durante sus ocho años de reinado, los que van de 842 a 850, tuvo que batallar tanto contra los musulmanes, que atacaban por el sur, como contra los bárbaros, que lo hacían por el noreste. Hubo además de hacer frente a alguna que otra intriga, tan habituales en la época, mediante las que intentaban despojarle del poder desde dentro. Pero, a pesar de todos estos problemas, aún le quedó tiempo a este activo monarca para construir un suntuoso palacio donde disfrutar de sus escasos periodos de tranquilidad. El lugar elegido para ello fue una ladera del monte Naranco, desde cuya cercanía podía disfrutar de una maravillosa panorámica de la entonces incipiente, aunque ya capital del reino astur, ciudad de Oviedo.

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A escasos metros del palacio, el fervoroso Ramiro I mandó edificar una basílica donde poder expresar su fe a la vez que pedir protección al cielo antes de emprender una contienda. Con bastante éxito parece ser, pues cuenta la leyenda que el mismísimo Apóstol Santiago se le apareció en una de sus luchas, indicándole el camino correcto para llevarla a cabo con éxito. Este templo, que con sus tres naves debía ser impresionante para la época, es actualmente conocido como San Miguel de Lillo. Y aunque hasta nosotros ha llegado en versión reducida, pues solo se mantiene en pie una de las naves originales, no deja de ser una iglesia encantadora que sorprende por su esbeltez. Quedan aún en ella algunas pinturas murales, así como interesantes relieves que muestran, entre otras escenas, a un domador de leones, seguramente una alegoría del mismo monarca.

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Varios cientos de años más tarde, cuando la figura de Ramiro I era ya historia, su palacio fue reconvertido a templo. Se supone que la razón fue el hundimiento parcial de la cercana iglesia de San Miguel de Lillo, hecho que quizás provocó su abandono y la necesidad de buscar un nuevo lugar de oración. Sea como fuere, el lugar de esparcimiento del rey astur quedó dedicado a una nueva función y ha llegado hasta nuestros días como la iglesia de Santa María del Naranco. Este delicado edificio, cuyas formas sorprenden debido a su diferente propósito inicial, es considerado como la catedral del arte prerrománico. Cuando tuve ocasión de visitarlo me pareció una construcción muy elegante a la vez que austera, totalmente innovadora para la época. Tanto esta iglesia como su vecina San Miguel de Lillo y Santa María de Lena, situada al sur de Oviedo y también obra de Ramiro I, presentan elementos comunes que han llevado a denominar su estilo arquitectónico como estilo ramirense.

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El antecesor en el trono astur de Ramiro I fue Alfonso II, gran valedor de la ciudad de Oviedo pues trasladó hasta allí la corte del reino de Asturias y dio un gran impulso a lo que hasta entonces era poco más que un pequeño núcleo poblacional. Fue él quien mandó construir la iglesia de San Julián de los Prados, algo más antigua que las anteriores pero con bastante menos encanto. Aunque en su origen este templo estaba situado en las afueras de la ciudad, hoy día se encuentra en el interior de ésta. Destaca en él su grandiosidad, pues se conservan las tres naves originales, y sus antiquísimas pinturas murales, que sorprenden por sus detalles geométricos y la ausencia de figuras. Tal y como se cree, pues no hay más evidencias al respecto, que estaban decoradas las iglesias visigodas.

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No se terminan aquí las sorpresas prerrománicas en la ciudad ovetense. En el centro de la villa se conserva aún en buen estado la fuente de Foncalada, que parece ser empezó a proporcionar agua potable ya en el siglo IX. La influencia romana en esta construcción es evidente y en ella puede verse una representación de la Cruz de la Victoria, la misma que aparece en la bandera asturiana. Aunque por este símbolo podría concluirse que fue construida por Alfonso III, hay expertos que la relacionan con la iglesia de San Julián de los Prados, y por tanto con Alfonso II. Se piensa que sus aguas tenían propiedades curativas, por lo que quizás el propio Ramiro I alguna vez pasó por allí para relajarse de su ardor constructivo o sanar las heridas producidas en cualquiera de sus múltiples batallas.

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