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India

Fatehpur Sikri (por Jorge Sánchez)

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Me encontraba en mi hostal de Agra. El día anterior había visitado en profundidad el Taj Mahal y el fuerte de Agra. Por ello resolví viajar a Cachemira y luego dirigirme a Ladakh y Zanskar. Pero el tren no salía hasta la noche, así que para «matar el tiempo» al final me marché a visitar una ciudad fantasma camino de Jaipur, llamada Fatehpur Sikri, a pesar de que una pareja de huéspedes holandeses del hostal me había aconsejado no viajar a ella por haberla encontrado «sucia», con olores desagradables, llena de basura y de peladuras de plátanos por las calles, con muchos mendigos cojos que me perseguirían para pedirme limosna, y pesados vendedores de souvenires que no me dejarían en paz. ¡Menos mal que no les hice caso y al final viajaría a Fatehpur Sikri!

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Al llegar allí en un autobús me quedé asombrado ante la visión de la hermosa entrada: aquello era extraordinario, una ciudad del siglo XVI que había sido abandonada (probablemente por la escasez de agua) tras haber sido habitada unos 14 años por un emperador mogol llamado Akbar, que hizo de ella su capital. Esperaba ver ruinas pero Fatehpur Sikri estaba en condiciones impecables. En la entrada no vi suciedad, el olor era típico de la India, o sea normal, y los pocos mendigos y los vendedores de souvenires eran inofensivos, buena gente que te sonreía al pasar. Eso sí, me deshice de todos los que se me ofrecían para hacerme de guía a cambio de unas rupias, pues preferí visitar el sitio a mi aire leyendo los letreros de los monumentos. Gracias a esos letreros y a las charlas con los porteros aprendí que el tal emperador mogol Akbar fundó la amurallada Fatehpur Sikri al poco de nacer su primer hijo y sucesor Jahangir, justo en el lugar donde un santo sufí lo profetizó. Ese sufí se llamaba Salim Chishti y su tumba es hoy muy venerada por los indios, como pude comprobar ese día.

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Aparte de esa bella tumba de mármol, todo el interior cautivaba: los palacios, los salones de audiencias, la gran puerta (Buland Darwaza), las mezquitas, y hasta una casa de oración de una religión nueva y efímera que Akbar llamó Din-i Ilahi, consistente en mezclar las religiones entonces existentes en la India, como el islam, el hinduismo y el jainismo, agregando elementos del cristianismo y del mazdeísmo. Fatehpur Sikri era como un inmenso museo deshabitado; sólo los turistas indios y unos escasos extranjeros (era el año 1989) pululábamos ese día por allí. Pasé unas 4 horas disfrutando de un lugar tan singular y asombroso. Después regresé en autobús a Agra y abordé mi tren nocturno a Jammu Tawi, ya en Cachemira, y un día más tardé arribé en autobús a Srinagar.

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