MunDandy

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Portugal

Genuino sabor lusitano

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El viajero que se aproxima a esa colina que un día los romanos denominaron Mons Sanctus suele tener la sensación de que la población que se despliega ante sus ojos ha ganado espacio trepando poco a poco por la ladera, hasta alcanzar la cima y coronarla con un castillo de aspecto inaccesible. Pero, en realidad, el proceso ocurrido en la actual Monsanto fue exactamente el contrario. El germen primigenio de la localidad se situaba en el castillo y sus alrededores, para ir descendiendo ladera abajo con el paso del tiempo hasta llegar a lo que en la actualidad son dos núcleos bien diferenciados, estando el más moderno de ellos situado casi en la llanura que se extiende a sus pies.

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Aunque esta localidad lusa, situada a escasos veinte kilómetros de la frontera española, apenas alcanza los dos mil habitantes en la actualidad, puede presumir de una larga historia. No en vano, la abrupta colina donde está situada ha estado poblada ininterrumpidamente desde el Paleolítico y ha sido objeto de arduas disputas por parte de diferentes civilizaciones que allí dejaron su huella. Se dice que las tropas romanas la asediaron durante siete años, allá por el siglo II a.C., ante la feroz resistencia ofrecida por sus primitivos pobladores. Indican las crónicas que, al borde mismo de la rendición, idearon éstos una curiosa estratagema que acabó por desmoralizar al ejército invasor, llevando a sus dirigentes a levantar el cerco.

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Parece ser que cuando los sitiados estaban a punto de quedarse sin provisiones, decidieron alimentar su última vaca con todo el grano del que disponían, lanzándola a continuación desde las murallas de la villa. Pensaron entonces los romanos que los resistentes disponían de víveres suficientes para aguantar mucho tiempo más, por lo que abandonaron el asedio poco después. Para conmemorar este hecho, cada tres de mayo celebra Monsanto la llamada Fiesta de las Cruces, en la que las mujeres de la localidad suben al punto más alto de la misma portando vasijas con flores, que lanzan desde los muros del castillo. Se mezclan en ella tradiciones cristianas, como lo es la conmemoración de la Cruz de Mayo, con otras paganas que toman forma en unas curiosas muñecas de trapo, sin ojos ni boca, llamadas marafonas y que representan un ancestral símbolo de fertilidad.

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La sensación que espera al viajero que pasea por las calles de Monsanto es la de estar integrado en una población literalmente esculpida en la roca granítica tan habitual en esta zona. Este material es usado por doquier, tanto en el pavimento de las calles como en las paredes de las viviendas. Aquí y allá se ven tapias hechas con bloques de piedra labrada, zahúrdas semejando pequeños cobertizos de granito, numerosos cruzeiros con el inequívoco tono grisáceo de esta piedra, escaleras labradas en la misma roca. Incluso una gruta excavada en un bloque pétreo del tamaño de una casa, que antaño servía de vivienda. Y, para rizar el rizo, la casa de una sola teja, así denominada porque su tejado está formado por un único bloque de esa misma materia.

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Desde casi cualquier punto de Monsanto puede verse la llamada Torre de Lucano o del Reloj, campanario del siglo XIV en cuya cúspide se sitúa una representación en plata del gallo de Barcelos, símbolo de Portugal, que cantó después de estar asado para evitar la ejecución de un inocente. Conmemora esta imagen la declaración de la villa como a aldeia mais portuguesa de Portugal en el siglo pasado, cuando diversos expertos la consideraron el sitio que mantiene su cultura en un estado más puro en todo el país. Quizás todo sea una leyenda pero cuando visité este lugar no me cupo ninguna duda de que, si algún día el cemento aquí intenta sustituir al granito, ese gallo de plata que culmina orgulloso su campanario cantará alto y claro para impedirlo.

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