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Francia

Valle del Loira (por Jorge Sánchez)

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A finales del siglo XX llegué a conocer moderadamente bien dos castillos del Valle del Loira: Chenonceau y Amboise. No me dio tiempo para visitar más castillos pues iba a bordo de un autobús junto a una cuarentena de turistas y viajábamos a la velocidad del rayo: ese día a las 6 de la tarde debíamos alcanzar nuestro hotel en París y, tras la cena, asistir al espectáculo nocturno del Moulin Rouge. La noche anterior habíamos dormido en Tours tras haber visitado por la mañana Burdeos con un museo dedicado al vino, y Futuroscope (cerca de Poitiers) durante el resto del día. Y tras dos días de intensas excursiones en París, al siguiente visitaríamos los palacios de Versalles, luego el de Fontainebleau, y dormiríamos en Dijon, pero no sin antes haber visto los viñedos de Borgoña. Era un tour agotador, tipo «Si hoy es martes, esto es Bélgica», pero a un precio de risa.

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El conductor del autobús paró primero en el castillo de Chenonceau y nos dio 2 horas de tiempo, advirtiéndonos de que fuéramos puntuales pues no esperaría a nadie, y el que se atrasara perdería el viaje a París. No teníamos guía ni información; cada uno a su aire debía acercarse a la taquilla, comprar su billete de entrada y visitar por libre el interior. Como yo era uno de los pocos del grupo que hablaba francés de manera tolerable, una docena de turistas se me pegó todo el rato, así que juntos visitamos primero los Jardines de Catalina de Médicis, luego recorrimos las arcadas del Puente de Diana adentrándose en el río Cher (afluente del Loira). De hecho, todo el castillo estaba asentado sobre ese río. Tras ello subimos a las almenas y a la Torre del Homenaje, admirando por los salones diversos tesoros. Gracias a un letrero en francés que traduje a mi docena de compañeros, averiguamos que el castillo es denominado «de las damas» porque fueron diversas mujeres de alto copete las que se cuidaron de renovarlo, ampliarlo y embellecerlo.

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La siguiente escala en Amboise sería nuestra preferida pues vimos parte de la ciudad medieval a la que estaba anexa, y una vez en el castillo todos descubrimos (nadie del grupo lo sabía) que en su interior de la capilla de Saint-Hubert se hallaba la tumba nada menos que de ¡Leonardo da Vinci! Pero nos sentimos desilusionados cuando leímos que, probablemente, esa tumba dentro de la capilla estaba vacía por haber sido profanada por los hugonotes durante una de sus guerras contra los católicos, rompieron la tumba y lanzaron los restos del genial artista a una fosa común. En el castillo de Amboise vivieron varios reyes, entre ellos Francisco I, que fue quien invitó a Leonado da Vinci a residir a medio kilómetro de distancia de ese castillo, en una mansión en medio de Amboise, donde vivió 3 años, hasta su muerte. A la hora convenida con el chófer regresamos a nuestro autobús y al rato nos dirigimos a nuestro hotel en París. Tras la cena, las mujeres de nuestro grupo se engalanaron con sus modelitos para asistir al espectáculo del Moulin Rouge.

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