MunDandy

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Irán

Yazd (por Jorge Sánchez)

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Llegué temprano a la estación de trenes de Yazd, proveniente de Mashhad. De allí me desplacé al centro y me detuve en el primer lugar impactante que vi en esa prodigiosa ciudad del desierto: la mezquita y el complejo Amir Chakhmaq, que me fascinó. En el vecino bazar aproveché para desayunar algo típico de Irán, o sea, un pan en láminas casi tan delgadas como el papel de fumar, que ellos llaman lavash, y una cacerolita de lentejas con verduras varias. Tras ello caminé a mi hotel, situado junto a la mezquita de Jameh, en el centro histórico.

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Dos días con sus dos noches disfruté de esa ciudad, y de haber tenido más tiempo me habría quedado un día más. Un día lo dediqué íntegramente a conocer más sobre la religión de los seguidores de Zoroastro, visité su templo en los suburbios de la ciudad y luego me desplacé a las Torres del Silencio, donde hasta 1970 se depositaban los cadáveres de sus seguidores en un pozo en lo alto de esas torres para que los buitres los devoraran. Yo subí a las dos torres y miré a ver si al menos había restos de las gafas o los zapatos que los buitres no se habrían comido. Pero no, estaban los pozos limpios.

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El otro día lo empleé en conocer mejor la propia ciudad en sí y sus mezquitas, respirando su atmósfera y entrando en su famoso Museo del Agua y en las dos sinagogas, pues en Irán se permiten todas las religiones, excepto el Bahaísmo y a los sufíes y derviches de Gonabadi, a quienes persiguen y encierran en mazmorras sin ver la luz.

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Mi hotel, desde cuyo tejado tenía una fabulosa vista nocturna de la mezquita de Jameh mientras cenaba cordero con azafrán, poseía un patio interior que era un antiguo caravanserai y en una pared había un dibujo de Marco Polo donde se afirmaba que durante su viaje de regreso de China se había detenido en Yazd y había descrito la ciudad de manera muy favorable. Un poco con pena abandoné al tercer día Yazd para viajar en autobús a Bam, más al sur.

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