MunDandy

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India

Sri Harimandir Sahib (por Jorge Sánchez)

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Para entrar a este templo sagrado de los sijs me cubrí la cabeza con un pañuelo y me descalcé, incluyendo los calcetines. En el templo principal había hombres mayores con turbantes que tocaban el armonio, cantaban y había ofrendas de flores y bendición de comida. Ese templo era deslumbrante. La planta baja es de mármol y el primer piso más el terrado es de cobre, todo cubierto con capas de oro, de ahí el nombre de Templo Dorado. En la piscina adyacente había muchos peces, casi todos de color rojo. Amritsar quiere decir, precisamente, Piscina de Néctar. Vi pinturas de Guru Nanak, el fundador de la religión de los sijs, mezclando el islam con el hinduismo más varias doctrinas de su propia cosecha. Los fieles iban con turbantes y llevaban una daga en el cinto más una pulsera en la muñeca derecha. Al principio pensé que los turbantes que portaban eran como un gorro, que uno se quita y se pone en un santiamén. Pero no. Son telas de unos 8 metros que los hombres se enrollan en su cabeza para cubrir su cabello, que no se lo cortan jamás y se hacen moños con él. La barba tampoco se la cortan y cuando está muy larga se ponen peinetas y horquillas en ella.

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Lo bueno de los templos sijs, o gurdwaras, es que ofrecen alojamiento y comida gratuita a los peregrinos, por lo que me quedé en Amritsar tres días con dos noches, antes en entrar en Pakistán. Ese templo estaba abierto las 24 horas del día, y está protegido por dos guardianes armados con sendas espadas. Para comer nos ofrecieron chapatis rellenos de garbanzos cocidos y té con leche y canela. Durante las comidas había que tener cuidado con los cuervos, pues al menor descuido llegaban volando y te robaban un garbanzo cocido con sus picos y se subían con él al tejado para comérselo tranquilamente. Yo me acostaba sobre las 9 de la noche, tras la cena de los chapatis, y me tumbaba escuchando música de armonio y de trompetas hasta las 11, cuando los músicos se van a dormir y no vuelven a tocar hasta las 6 de la mañana del día siguiente. Había muchos mosquitos por la noche, pero también ranas, lo que equilibraba la situación. Yo me acosté cerca de la piscina, donde había más ranas, que eran las que se comían los mosquitos. Sentía cuando se habían comido uno porque por unos momentos dejaban de croar, y al tragárselo volvían a croar de nuevo, hasta que capturaban otro mosquito. Las lagartijas también me ayudaban con los mosquitos, y a veces reptaban por encima de mi cuerpo en busca de alguno de ellos.

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A las 6 de la mañana, cuando nos despertaban los músicos, había una ofrenda a los peces sagrados de la piscina y les echaban un dulce de color marrón; era el prasad. Los peces ya sabían que a esa hora iban a comer pues todos se apelotonaban al lado del templo para recibir el prasad. Como había mucha competencia entre los peces, los más astutos hacían piruetas para llamar la atención y que les echaran el prasad a ellos. Los músicos seguían tocando el armonio y cantando. También leyeron el libro sagrado Guru Granth Sahib al son de trompetas. Otra ceremonia que presencié fue la de las espadas de los antiguos gurús, diez en total. La desenvainaban y mencionaban el nombre del sij que la utilizó, y así una tras otra. El tercer día me marché a Lahore, en Pakistán.

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