Sabido es que los museos y yo mantenemos una relación que calificaría como bipolar. Por una parte, están los dedicados al arte y la arqueología, con los que me llevo extraordinariamente bien, como quedó meridianamente claro en este post que dediqué a los primeros y en este otro destinado a los últimos. Por la otra están el resto, a los que mi querencia es escasa y suelen aburrirme soberanamente. Quizás con la excepción de los etnográficos, que siempre ofrecen interesantes muestras de esa arquitectura popular que tanto me atrae. De los demás, intento mantenerme alejado, aunque debo admitir que muchos de ellos probablemente guarden piezas que llamarían mi atención de alguna manera.
Museos hay muchos y tiempo cuando se viaja muy poco, así que conviene seleccionar. Los hay para gente más o menos normal y también, muchos, para frikies. Y aunque no tengo reparos en admitir que soy uno de éstos, vivo mi frikismo de otra manera, así que lo estrambótico nunca me ha resultado demasiado atractivo. Debido a ello, me he perdido espacios museísticos tan curiosos como el cántabro Museo de la Inquisición; el parisino Museo de las Alcantarillas; el croata Museo de las Relaciones Rotas; o el islandés Museo Falológico. Debo admitir que de no haber visitado este último me arrepentí a posteriori y si alguna vez vuelvo a la capital islandesa no dudaré en hacerlo.
Sin embargo, debido a diferentes circunstancias que van desde la casualidad a no tener otra cosa mejor que hacer, también he visitado museos poco conocidos o no relacionados con el arte y la arqueología. Aquí van algunos de ellos que me han causado sensaciones positivas, llegando incluso a entusiasmarme en algunos casos.
Museo Etnográfico de Letonia (Ciudad autónoma de Riga, Letonia): Perdido en la inmensidad del bosque letón, el denominado Museo Etnográfico de Letonia muestra unas ciento veinte edificaciones procedentes de las cuatro regiones que componen el país. El número de artilugios que pueden verse en ellas supera los tres mil y retrotraen a la vida tradicional en este estado báltico. Fue fundado hace casi un centenar de años y entre las piezas expuestas destaca un antiguo molino de viento que se mantiene en perfectas condiciones.
Museo Nacional de Arqueología Subacuática (Cartagena, España): Éste es un Museo Nacional español aparte de su condición de museo arqueológico, por lo que quizás no debería estar aquí. O sí, porque la relación entre su número de visitantes y lo mucho que ofrece es escasa. Tesoros como el medio millón de monedas de oro y plata que se encontraron en la fragata Nuestra Señora de las Mercedes o un pecio fenicio recuperado en la bahía de Mazarrón merecen la pena verse.
Parque Escultórico Antonio Campillo (Murcia, España): Sin salir de la Región de Murcia, el coqueto Parque Escultórico Antonio Campillo ocupa un reducido espacio en la capital regional. Fue inaugurado hace aproximadamente una década y expone al aire libre diversas figuras del más carismático escultor local, dispersas en un entorno agradable. Si te soliviantan las multitudes, no te preocupes porque este lugar es tan desconocido que probablemente no te cruzarás con nadie durante tu visita.
Museo del Genocidio Armenio (Yerevan, Armenia): Bien pensado, no te quiero tan mal como para recomendarte este lugar, no apto para personas sensibles. Situado en una colina que domina Yerevan, incluye un memorial dedicado a las víctimas del genocidio ejercido por las fuerzas de ocupación otomanas sobre el pueblo armenio. Centenares de miles, quizás más de un millón, de víctimas mortales fueron el tétrico resultado. Salí llorando de allí y me arrepentí de haberlo visitado.
Ecomuseo de Guinea (Municipio de Frontera, España): Mejor nos vamos a un lugar de ambiente más optimista. En la pequeña, aunque maravillosa, isla de El Hierro se esconde un lugar que casi no conocen ni los locales. No sabría si definirlo como museo o como centro de interpretación, pero está compuesto por las viviendas de lo que fue una diminuta aldea abandonada. Allí se entra en contacto con la forma de vida de los primeros pobladores de la isla, además de poder apreciar un centro de cría del lagarto herreño, especie de reptil en vías de extinción.
Museo Nacional (Honiara, Islas Salomón): Allende los mares, llegamos hasta la isla de Guadalcanal, no demasiado conocida por estos lares. Lo cual es una lástima, porque su pasado está bastante conectado a España. En la capital del país, Honiara, es casi un deber visitar un acogedor museo etnográfico, centrado en la arquitectura y la escultura isleñas. Realmente interesante comprobar las diferentes soluciones edificacionales presentes en las distintas provincias que componen las Islas Salomón.
Museo de la Guerra (Vilu, Islas Salomón): Si la capital de las Islas Salomón es una población poco visitada, Vilu ya ni os cuento. Alejado incluso para los propios isleños de Guadalcanal, este lugar no tendría nada que ver si no fuera por el denominado Museo de la Guerra. Allí, en medio de una densa foresta, se exponen diversas piezas de artillería y aviación que un coleccionista local fue recolectando a lo largo del tiempo. Todas ellas fueron utilizadas en la batalla de Guadalcanal, una de las más trágicas de la Segunda Guerra Mundial.
Museo Arqueológico Regional (Alcalá de Henares, España): Cruzamos el charco, o mejor dicho varios charcos, de vuelta para dirigirnos hasta la maravillosa ciudad de Alcalá de Henares. Entre tantos atractivos, muchos visitantes no prestan demasiada atención a una auténtica joya escondida. El Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid no llega a la altura de su famoso vecino, el madrileño Museo Arqueológico Nacional, pero aun así es imprescindible darle una oportunidad. Diversos hallazgos paleontológicos y extraordinarios mosaicos procedentes de la ciudad romana de Complutum así lo atestiguan.
Museo Provincial (Lugo, España): No abandonamos la senda de la arqueología y nos desplazamos hacia Lugo, para visitar el Museo Provincial. En realidad, su colección no es exclusivamente arqueológica, pues contiene elementos etnográficos, heráldicos o numismáticos, entre otros. A pesar de contener diversas piezas de interés, más que la exposición en sí merece la pena el magnífico, y poco conocido, claustro del antiguo convento de San Francisco donde se exhibe.
Museo de Historia Natural (Londres, Reino Unido): Vale, este tiene truco, porque se trata de uno de los museos más visitados del Reino Unido. Aunque, por otra parte, no está enfocado ni a la arqueología ni al arte, por lo que colocarlo en esta lista no es un contrasentido. Dedicado a las ciencias naturales, como su nombre indica, destacan sus extraordinarios esqueletos de dinosaurio, en especial un impresionante diplodocus a tamaño natural que da la bienvenida al visitante desde la sala central. Su colección es una de las más vastas del mundo, con más de setenta millones de piezas. Habéis leído bien.
Museo del Arte y la Cultura Visigoda (Mérida, España): Infinitamente más reducida resulta la exposición del emeritense Museo del Arte y la Cultura Visigoda. Aun así, aunque los elementos que contiene no llegan al millar, se trata posiblemente de la colección de restos visigodos más completa de España. Su actual sede es la iglesia de Santa Clara, aunque, debido a que muchos de ellos no pueden ser exhibidos por la falta de espacio disponible, se está buscando otro recinto más amplio.
Museo Guggenheim (Bilbao, España): Espacio no falta en el famoso Edificio Guggenheim, aunque debido a su enrevesado diseño el dedicado a la exposición se reduce considerablemente. Unido al hecho de que el museo es relativamente nuevo, la colección no es demasiado amplia. Sin embargo, en apenas dos décadas ha logrado reunir obras de artistas tan renombrados como Willem de Kooning, Anish Kapoor o Richard Serra. Sin olvidar las exposiciones temporales, que suelen ser de excelente calidad. A pesar de que muchos visitantes están más interesados en su continente, el contenido no desmerece en absoluto.
Muzeul Satului (Bucarest, Rumanía): Finalizamos nuestro recorrido por estos museos menos famosos en las afueras de Bucarest, donde se encuentra el conocido como Muzeul Satului. Alrededor de un centenar de construcciones realizadas entre los siglos XV y XIX se suceden en una extensa zona verde. Este museo etnográfico fue creado hace cerca de un centenar de años por un profesor universitario y, con el tiempo, fue incrementándose una colección en la que destaca una magnífica iglesia de madera procedente de la aldea de Dragomirești. Si algún día la veis, coincidiréis conmigo en que resulta de lo más vistosa.
